Vista del monumento dedicado a Miguel de Unamuno en Salamanca. Inclonfundible obra de Pablo Serrano. Foto de Indicopleustes en Flickr con licencia CCC
Un 12 de octubre de hace hoy 71 años, 1936 para los que no tengan ganas de sacar la cuenta, alguién pronunció estas palabras:
“Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. No aprendí a hacerlo en los setenta y tres años de mi vida. Y ahora no quiero aprenderlo. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del general Millán Astray que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo, lo quiera o no, es catalán, nacido en Barcelona. Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito Viva la muerte y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor.”
Alguien grita en ese momento “Muerte a la inteligencia Viva la muerte.”
El orador continuó: “Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.”
El hombre que dictó esas palabras no era otro que Unamuno. La persona que le interrumpe era Millán Astray. Pocos meses despues, Unamuno murió. Pero sus palabras siguen siendo tan estremecedoras como entonces.
1 comentario:
Hay que recordarlo más y de Millán y su herencia hay que decirlo más.
Saludos,
Daniel
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