Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. Imagen pública cedida por www.goodfreephotos.com |
Me pregunto sobre si es viable una discusión, ya que no
fácil, exenta de irracionalidad, sobre la fiesta, la ceremonia o
la práctica del toreo. Aparentemente parece que no. Las pasiones, la
sacralidad, los principios invocados por los diferentes discutidores indican
que no. Y no es nuevo. Llevamos siglos discutiendo con pasión del tema. Muchos
creen que el debate es fruto de las ideologías animalistas de los últimos tiempos.
Y no es así. El toreo ha sido combatido y defendido con la misma energía por
diferentes protagonistas de nuestra vida civil, política, artística e
intelectual a lo largo de siglos.
Muchos invocan los ritos mediterráneos antiguos como es
sustrato antropológico del toreo. Pero otros muchos tienden a desmitificar ese
origen y lo sitúan en el siglo XIX. Unos ven en la fiesta el alma mejor de los
pueblos hispanos, de su amor por el arte y el valor de sus gentes y otros la
herencia de la brutalidad y el machismo de la sociedad patriarcal.
El caso es que parece que la fiesta tal como la conocemos
hoy-y no solo me refiero al espectáculo codificado de las corridas, también a
los encierros, capeas y otras prácticas populares-ha sufrido un enorme deterioro
en las últimas décadas. Fruto seguramente de los cambios educativos, del cambio
demográfico rural y urbano y del surgimiento de una cultura que otorga más
valor a elementos como la defensa de los derechos de los animales, etc.
Es como si hubiera dos Españas ante el fenómeno de los
toros. Los que tenemos más edad procedemos de la España torera y llevamos en
nuestra memoria el mito de la torería. En las calles de Madrid durante los años
cincuenta los niños seguíamos jugando al toro y era habitual que desde muy
jóvenes nuestros padres o tíos nos llevasen a las plazas o que con ellos acudiésemos
a los encierros en sus pueblos de procedencia. Toda la familia de mi padre eran
grandes simpatizantes de la fiesta de los toros. Recuerdo como en mi casa
entraban algunas revistas especializadas y como era habitual seguir por la
radio la información taurina. Hoy los niños de las grandes ciudades no juegan
al toro ni por internet. No saben lo que es eso. El fenómeno de los maletillas
ha quedado en la historia. De alguna manera la España taurista o taurófila o
torera está de capa y capote caídos. Y la España, especialmente la urbana,
mayoritariamente aborrece o ignora de una forma u otra unos festejos que han
quedado como congelados en la memoria de nuestros mayores.
Pienso, y desde hace ya mucho tiempo, que la llamada fiesta
de los toros quedará extinguida o reducida a expresiones minoritarias. Y que
las formas de tauromaquia más agresivas como el famoso toro de la Vega serán
prohibidas en un tiempo histórico razonablemente corto. El mismo pronóstico defiendo
sobre la desaparición de cualquier forma de apoyo público y oficial a las
fiestas taurinas. Dicho esto, me parece que los movimientos contra la fiesta de
los toros pueden acelerar algunos procesos y, paradójicamente, retrasar otros.
Sirvan de ejemplo las expresiones odiosas que algunos han lanzado burlándose de
la muerte del torero de Teruel de estos días. Esas expresiones generan un
victimismo en los defensores de la fiesta que, sintiéndose agredidos, pueden
generar simpatías entre una población menos comprometida.
Dejemos que sea el tiempo quien encuentre una solución a
estos malestares y procuremos debatir con normalidad y racionalidad siempre que
sea posible.