12 de julio de 2016

EL DEBATE SOBRE LA FIESTA DE LOS TOROS

Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. Imagen pública cedida por www.goodfreephotos.com



Me pregunto sobre si es viable una discusión, ya que no fácil, exenta de irracionalidad, sobre la fiesta, la ceremonia o la práctica del toreo. Aparentemente parece que no. Las pasiones, la sacralidad, los principios invocados por los diferentes discutidores indican que no. Y no es nuevo. Llevamos siglos discutiendo con pasión del tema. Muchos creen que el debate es fruto de las ideologías animalistas de los últimos tiempos. Y no es así. El toreo ha sido combatido y defendido con la misma energía por diferentes protagonistas de nuestra vida civil, política, artística e intelectual a lo largo de siglos.

Muchos invocan los ritos mediterráneos antiguos como es sustrato antropológico del toreo. Pero otros muchos tienden a desmitificar ese origen y lo sitúan en el siglo XIX. Unos ven en la fiesta el alma mejor de los pueblos hispanos, de su amor por el arte y el valor de sus gentes y otros la herencia de la brutalidad y el machismo de la sociedad patriarcal.

El caso es que parece que la fiesta tal como la conocemos hoy-y no solo me refiero al espectáculo codificado de las corridas, también a los encierros, capeas y otras prácticas populares-ha sufrido un enorme deterioro en las últimas décadas. Fruto seguramente de los cambios educativos, del cambio demográfico rural y urbano y del surgimiento de una cultura que otorga más valor a elementos como la defensa de los derechos de los animales, etc.

Es como si hubiera dos Españas ante el fenómeno de los toros. Los que tenemos más edad procedemos de la España torera y llevamos en nuestra memoria el mito de la torería. En las calles de Madrid durante los años cincuenta los niños seguíamos jugando al toro y era habitual que desde muy jóvenes nuestros padres o tíos nos llevasen a las plazas o que con ellos acudiésemos a los encierros en sus pueblos de procedencia. Toda la familia de mi padre eran grandes simpatizantes de la fiesta de los toros. Recuerdo como en mi casa entraban algunas revistas especializadas y como era habitual seguir por la radio la información taurina. Hoy los niños de las grandes ciudades no juegan al toro ni por internet. No saben lo que es eso. El fenómeno de los maletillas ha quedado en la historia. De alguna manera la España taurista o taurófila o torera está de capa y capote caídos. Y la España, especialmente la urbana, mayoritariamente aborrece o ignora de una forma u otra unos festejos que han quedado como congelados en la memoria de nuestros mayores.

Pienso, y desde hace ya mucho tiempo, que la llamada fiesta de los toros quedará extinguida o reducida a expresiones minoritarias. Y que las formas de tauromaquia más agresivas como el famoso toro de la Vega serán prohibidas en un tiempo histórico razonablemente corto. El mismo pronóstico defiendo sobre la desaparición de cualquier forma de apoyo público y oficial a las fiestas taurinas. Dicho esto, me parece que los movimientos contra la fiesta de los toros pueden acelerar algunos procesos y, paradójicamente, retrasar otros. Sirvan de ejemplo las expresiones odiosas que algunos han lanzado burlándose de la muerte del torero de Teruel de estos días. Esas expresiones generan un victimismo en los defensores de la fiesta que, sintiéndose agredidos, pueden generar simpatías entre una población menos comprometida.

Dejemos que sea el tiempo quien encuentre una solución a estos malestares y procuremos debatir con normalidad y racionalidad siempre que sea posible.

3 de julio de 2016

Tiempo de silencio y de intrigas





Me eduqué en una escuela política que lo fiaba todo a una metodología muy precisa de discusión y a una orientación a la práctica. Nada de tertulias ni charlas de café. El análisis concreto de la realidad concreta en palabras de Lenin. De lo general a lo particular. Enmarcando siempre el análisis en perspectivas globales. Necesitábamos reconstruir el mundo en nuestras mentes y ordenarlo antes de proceder a explicarnos cualquier menudencia y de esa forma tener una guía de acción para lo inmediato. Luego la vida, el trabajo, las propias relaciones sociales te ayudan a minimizar y relativizar esas ceremonias del pensamiento. Tiendes, además, con los años, a crear mecanismos de reflexión propios y a dibujar escenarios y explorar perspectivas más creativas o menos dogmáticas. Hablo de mi caso pues no siempre es así. Hay personas que gustan del orden discursivo cerrado y se quedan enganchados en fórmulas y hasta en liturgias de pensamiento y de reflexión.

Viene todo esto a cuento de entender la situación política actual. Los mejores cerebros de este país, los gabinetes políticos, los medios de comunicación, los poderes económicos, los académicos de oficio tratan de exprimir al máximo los resultados electorales y encontrar la brújula que les permita anticiparse a los futuros acontecimientos. A mi forma de entender las cosas, los resultados de junio son simplemente una corrección de los de diciembre que no alteran el hecho fundamental de vivir una situación de impasse, de incapacidad del sistema para regenerarse y de la inexistencia de un movimiento orientado hacia un nuevo orden político. En definitiva, estamos en un escenario de crisis largamente incubada en la incapacidad de los partidos turnistas para regenerarse y la corta potencia de los nuevos agentes políticos para convencer a una parte sustancial del pueblo de cambiar de carril.

Miedo. Si, por supuesto. El brexit, el ruido de fondo de una nueva crisis económica, etc. Pero más que miedo, yo creo que ya estamos curados de espanto, incertidumbre. Dudas sobre el mejor camino, sobre el modelo que España necesita para situarse en un orden económico y político internacional cambiante y complejo. Los votantes no adivinan por donde viene el futuro y ante la incertidumbre o se manifiestan insuficientemente a favor de lo conocido o restringen su apoyo a lo nuevo. Pero sin lo contundencia que permita adivinar a que bloque se le va a consentir tomar la iniciativa. Si a un bloque continuista que exigirá mecanismos de acuerdo entre los partidos del turno constitucional o a unas nuevas fuerzas de cambio insuficientemente preparadas según el criterio de muchos. Seguramente la gente confía en que los partidos sabrán encontrar la fórmula o por lo menos tomarse un tiempo antes de volver a someter al cuerpo electoral a una nueva tortura en forma de terceras elecciones.

Pues en esas estamos. El PP fortalecido en su moral por haberse librado del peligro mortal que hubiera supuesto un acuerdo transversal entre PSOE, Podemos y Ciudadanos. El PSOE aliviado por no haber sido descabalgado de la primogenitura de la oposición. Podemos aprendiendo la lección de la imposibilidad de asaltar los cielos con un palito y un cordel y Ciudadanos suspirando por haber mantenido su espacio, bien que minimizado, a pesar de la campaña del miedo que les ha convertido en víctimas secundarias. Ahora toca tomar decisiones y calcular los pasos a dar. El PP explotando el miedo de todos ellos a una nueva convocatoria electoral. El PSOE tratando de encontrar un nuevo liderazgo y una aguja de marear que les señale el futuro. Podemos iniciando su larga marcha y reforzando su liderazgo y sus mecanismos de influencia social y Ciudadanos cuidando de no resbalarse y eligiendo ser cola de león o cabeza de ratón.

Yo no tengo una bola de cristal. Pero me da la sensación de que el PP formará un gobierno monocolor en precario gracias a un acuerdo de investidura con C,s y a la abstención de última hora y vergonzante de un PSOE en busca de tiempo para acomodar su estrategia. Ese gobierno con un programa mínimamente reformista tendrá dificultades desde el inicio para legislar o aprobar presupuestos, pero permitirá al PP renovar sus equipos y encontrar un nuevo liderazgo para las próximas elecciones. Podemos podrá aclarar su proyecto seguramente renovando su programa de cambio constituyente.

Pero será la coyuntura económica y el devenir de la crisis europea lo que determine, en definitiva, el porvenir. Me temo que si Alemania no se pone las pilas esto no lo arregla ni Dios.

23 de mayo de 2016

La vamos a liar parda el 26 J

Imagen de la Televisión Vasca






Bueno, señoras y señores, las elecciones ya están a la vuelta de la esquina. Las candidaturas prácticamente cerradas con la única sorpresa de la coalición Podemos-IU y pequeñas escaramuzas en los nombres y en el orden de las listas para el resto de los partidos.

Han tenido los cuarteles generales la oportunidad de preparar con esmero los discursos y los mensajes. Y los votantes, sin embargo, apenas se han enterado de nada. Nos han hurtado las claves de las negociaciones como si fuésemos pardillos asistiendo a un espectáculo de magia y a estas alturas muchos dudan de que el nuevo resultado vaya a cambiar los anteriores.

E ppur si muove. Nuestras reglas electorales, en particular el reparto de los últimos restos en las circunscripciones provinciales, pueden despejar en un sentido o en otro el empate casi aritmético entre los escaños obtenidos por los bloques izquierda-derecha. Pequeñas y sutiles alteraciones en el número de votantes y en el reparto de los votos pueden hacer posible que lo que hoy es un empate a ±160 escaños por cada bloque (PP+C,s versus PSOE+Podemos-IU) se  convierta en un 150-170 o un 170-150, como ustedes prefieran, con lo cual se despejarán las dudas, miedos e incertidumbres que con los resultados del 20 D se instalaron. Incluso dada la seguridad de que no se volverán a repetir las circunstancias que propicien una tercera convocatoria, los partidos y las coaliciones estarán más obligados a los pactos que nunca.

Ahora no sabemos, nadie lo sabe, hacia donde se inclinarán esas pequeñas convulsiones en el reparto de los últimos escaños. Pero muchos se atreven a sacar sus bolas de cristal o elevar a pronóstico sus propios deseos. Está en nuestra naturaleza el horror al vacío, la necesidad de eliminar incertidumbres y la vocación del juego y de la adivinación. Algunos piensan (o desean) que la derecha se llevará el gato al agua y además tienen a su disposición grandes medios de comunicación de masas para vender la moto. Otros, especialmente los partidarios de la nueva coalición de izquierdas se sienten incentivados por ese logro y cuentan con una formidable fuerza militante, ingenio y proyección en los medios digitales y las redes sociales. Por PSOE y Ciudadanos no parece que mucha gente apueste por que den la campanada, al revés, muchos temen o desean que se peguen la costalada.

Esa situación que he descrito los politólogos de guardia la llaman “polarización”. Con esa palabra intentan transmitir que la batalla se juega en los extremos. Es posible. Lo mismo está pasando en toda Europa y en los EEUU. Acabamos de ver las elecciones presidenciales en Austria como prueba de ese fenómeno y nos tocará saber dos días antes de ir a votar los resultados del conocido como referéndum Brexit. Los expertos en pronósticos demoscópicos están afilando sus instrumentos de interpretación y no parece que todavía vean la luz. Muchas de las encuestas que conocemos estos días no tienen como objetivo conocer la verdad sino formular las mejores estrategias para sus correspondientes señoritos. Hace tiempo que con algunos amigos se nos ocurrió montar un esquema de investigación demoscópica mediante crowfunding pero no salían los números ni las fuerzas. A otros, más ingeniosos, como la Universidad de Valencia están investigando sobre nuevas metodologías de encuesta y los más espabilados se limitan a consolidar las distintas encuestas y sacar medias referenciales. Al día de hoy les puedo asegurar que nadie tiene delante de si las tripas del ave ni se atreve a pronosticar un resultado.

Tendremos mucho tiempo para evaluar las campañas y afinar pronósticos. Sirva esta nota como aperitivo.


27 de abril de 2016

Danzad, danzad, malditos

Ilustración tomada de la wikipedia, de la voz Carnaval.



La vida es corta y siempre habrá platos sucios, así que bailemos. -James Howe.

Votamos, los que lo hicimos claro, un domingo de finales de diciembre, antes de las fiestas de Navidad. Han pasado más de 120 días, una cuaresma, cuatro lunas. Ha dado tiempo a ver pasar guerras y crisis internacionales. Un invierno suave y una primavera fresca y remojada. Han debido nacer unos 140.000 niños es nuestro país y muerto unos pocos de miles más. Se han ido a trabajar, estudiar o buscarse la vida en el extranjero unos 200.000 jóvenes y no tan jóvenes. Mientras tanto la agenda de los partidos políticos apenas ha estado orientada, quitando protocolos y escenas de sofá, a descubrir los males de la patria y ponerles remedio. Empezamos con una comedia de enredos sobre quien se presentaba a la moción de investidura y acabamos con unos fuegos artificiales versión mascletá.

Todo tiene su explicación. Los votos no son más inteligentes que las personas que los emiten y si de uno en uno tienen su justificación, todos juntos en la caja de las papeletas no significan nada. No tienen un sentido. Cuando oigo hablar que la gente ha votado con tal o cual designio y que los partidos no lo saben interpretar me muero de la risa. La única interpretación es el resultado que permitan obtener a los partidos en clave de poder parlamentario o gubernamental. No por casualidad vivimos en un sistema representativo. Los ciudadanos proyectan a través del voto sus propios dramas ideológicos o políticos. Dudan, son leales o promiscuos, se divierten o sufren. Muchos incluso no votan por puro aburrimiento o desidia. Los politólogos, especie de creciente prosperidad, dirán que los votos reflejan la lucha entre distintas concepciones o el estado de ánimo de una sociedad, sus prejuicios o sus manías. Descartada la orientación y la disciplina censitaria o de clases la sociedad se fractura en interpretaciones o visiones de la política. En este magma algunos políticos se mueven con facilidad. Les ha sido concedido la capacidad de saber oír a las muchedumbres o eso se imaginan los demás. Son esos políticos carismáticos que interpretan el signo de los tiempos y saben traducir en lenguaje popular los deseos o las frustraciones de las masas. Entienden los mecanismos de la confrontación y el antagonismo social y extraen los discursos capaces de movilizar a millones de personas. Los que no conocen ese lenguaje sustentan sus discursos en la interpretación de encuestas o en lo que les dictan desde los verdaderos gobiernos en la sombra, el mundo de las poderosas finanzas, las corporaciones, los sindicatos, estos cada vez menos, etc. Tienen por otra parte la obligación de sostener sus propias estructuras, las organizaciones partidarias o los grupos técnicos de los que luego se sirven para ejecutar sus proyectos o para gobernar. Tienen la obligación de situarse en los escenarios internacionales y conocer su sitio en el mundo. No es fácil la tarea de la política. Carreras largas, devociones y lealtades, enredos, traiciones y juegos de tronos. Hay que ser duro. Hay que saber bailar en medio del fuego enemigo.

Hoy, en un tiempo en el que está de moda creer que el poder político está fragmentado, dividido, escondido entre los recovecos de tantos otros poderes- militares, industriales, tecnológicos, culturales…-la confrontación social, el ejercicio de la política como juego de intereses contrapuestos, deja de tener sentido. Todos los partidos afirman responder al interés común y, efectivamente, así debería ser. Cada uno con sus matices y apuestas todos afirman que quieren un estado de derecho, que apuestan por la libertad, que quieren mantener el estado de bienestar moderno, que quieren entenderse con sus vecinos y ansían la paz. Apenas tenemos los ciudadanos mejores herramientas de control para escudriñar la verdad que ideologías viejunas, informaciones controladas por los grandes medios y sistemas de representación y vinculación con el poder político que unos partidos impermeables a la crítica, controlados por unas burocracias de hierro o, más modernamente, capacitados para controlar los mecanismos de las redes sociales o los grandes medios de comunicación de masas. Nos convertimos, en el mejor de los casos, en espectadores de la vida política y seguidores autómatas de los partidos. El miedo al futuro se instala entre nosotros y con ello la insatisfacción con la forma de vida políticas en las que habitamos.

De ahí la búsqueda de nuevos significados. Unos llaman populismo a lo que no es más que la exploración de nuevas respuestas a los nuevos problemas. Cada uno con el caudal de inteligencia y conocimientos propios nos interrogamos sobre el futuro. Con nuestra mochila de miedos particular. Nuestras pensiones, el trabajo de nuestros hijos, la sanidad pública, la educación, la seguridad. En la jerarquía que otorguemos a cada problema. Ya no nos sirven categorías que creíamos bien asentadas. Buscamos nuevos referentes. Y solo encontramos a viejos o nuevos partidos bailando ritmos particulares. Con métodos de gestión caducos. Con liderazgos viejos. Con poses llenas de artificio orientadas a llamar la atención de unos medios instalados en el espectáculo. Con ello solo sirven a aquellos que quieren hundir el prestigio de la política entendida como diálogo en la confrontación.

Por ese canal penetran los enemigos de la democracia. Los partidarios de los discursos duros, del hombre providencial.

Nos hace falta pueblo. Tenemos que seguir bailando.
 
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