30 de septiembre de 2014

El que sepa rezar, que rece.

Manuel Azaña en una foto que durante muchos años permanecíó guardada en los archivos de Salamanca. Los fotógrafos que aparece son Centelles y Capa.




Al final lo están consiguiendo. Los doctrinarios, los profetas, los pirómanos profesionales y gentes acostumbradas a pescar en aguas revueltas han conseguido convertir un problema político de contornos muy precisos en un follón de mil diablos, un conflicto de gobernabilidad y un foco de desórdenes públicos de imposible vuelta atrás. Estoy hablando de Cataluña y de España como pueden suponer.

Muchos están contentos. El PP porque levanta de nuevo sus banderas electorales al grito de la patria amenazada. El President Mas porque logra con una cuerda y un palito llegar a la categoría de mito como algunos de sus antecesores antes de que la marabunta se lo lleve por delante. A los políticos en general se les ve gozosos. Justifican su salario. Tienen trabajo y estarán a la altura del reto. Grandes palabras a la altura de pueblos devotos con el pecho inflamado de trascendencia. Que cosas, que tiempos tan heroicos los que vivimos. Mientras tanto se van tapando esas cosas tan desagradables de la corrupción o de la crisis. Ya tienen el circo montado y a la feligresía ávida de espectáculo.

Regocijados los medios de comunicación con sus titulares a toda página y suspirando por ediciones especiales en las que se anuncien los grandes acontecimientos por venir. Si acaso fuesen los jinetes del apocalipsis, mejor que mejor. 

Satisfechos los aprendices de brujo. Ya tienen un historial que presentar a los suyos. Abogados, jueces y fiscales. Profetas de la historia y escribidores de ensueños. Jugadores de fortuna que  apuestan a la baja en las bolsas de futuros. Aventureros de tres al cuarto que se refocilan en los males de las patrias ajenas. 

Mientras tanto el público asiste estupefacto al partido. Como en un partido de tenis en el que los ojos siguen el rastro de una pelota invisible guiados solo por los gestos de ballet de los jugadores sobre la pista. Si se extravía la pelota nadie se dará cuenta. Ellos seguirán con la raqueta repartiendo mandobles a la nada. Y el marcador electrónico seguirá marcando los puntos y los sets de un match sin final posible. El árbitro seguirá como el público atento al movimiento de una pelota fantasma componiendo un gesto serio, de enterado. Alguien gritará desde el graderío algo así como “que nos están engañando como a chinos”. El resto del público le mandará callar, víctimas del embeleso.

Me vais a perdonar el vulgar lirismo de estas palabras. Terminaré con un párrafo del discurso que Manuel Azaña pronunció el 27 de mayo de 1932 en la Cortes de la II República en el debate sobre el Estatuto de Cataluña:
“Todos los problemas políticos, señores diputados, tienen un punto de madurez, antes del cual están ácidos, después, pasado ese punto, se corrompen, se pudren. La reflexión, la discusión, el lapso de cierto tiempo, maduran en cada cual el sentimiento de su propia responsabilidad y traen las cuestiones al grado de sazón en que se encuentra esta que está ante nuestra deliberación” 


El que sepa rezar, que rece.

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