Actividad promocional en la calle Fuencarral de Madrid |
Las ciudades nacen para el comercio y para la defensa. Y la mejor arquitectura urbana colectiva siempre ha estado relacionada con esa seña de identidad comercial. Nuestras plazas mayores puede que sean la expresión más depurada de esa circunstancia. Y nuestros viejos mercados, prácticamente ya desaparecidos, la memoria de otras épocas en las que esa conexión viva entre comercio y ciudad era más evidente
En torno a los mercados nacieron muchas otras manifestaciones
civiles relacionadas con la música y los espectáculos. Cercanos a los mercados
se establecen los escribanos, los pendolistas. Las fondas y pensiones. Los
talleres y los oficios. Las consultas de los sacamuelas. Y las parejas se casaban
aprovechando las ferias. La feria es la mejor expresión de esa alianza entre
ciudad y comercio.
Nada por tanto que oponer a que el comercio vivifique la
vida de nuestra ciudad. De hecho casi todo el centro de Madrid ha sido desde
siempre una especie de lo que hoy se ha dado por llamar “comercio abierto”.
Nada que decir en negativo a que en los barrios de vieja tradición como el de
las Letras se establezcan fechas para que los comercios salgan a la calle y
coloquen sus productos y ofertas en las aceras, tal como se está haciendo en
los últimos tiempos. E incluso que esos comercios, organizados en asociaciones,
desarrollen programas y acciones de entretenimiento para atraer a todo tipo de
públicos. Recuperaría Madrid de esa forma un aire ferial y acogedor. Sirvan
como modelos de este buen hacer iniciativas como el Mercado
de las Ranas o Molavide.
Y como chapuzas impresentables el, afortunadamente, desaparecido mercadillo
de la calle Fuencarral 24 o el gastromercado
de Olavide, que también parece que pasó a mejor vida después de sus primeras
ediciones.
Hay por lo tanto muchas razones en positivo para el
desarrollo de nuestro comercio barrial, pero, siempre hay un pero; que no se
conviertan esas acciones en una especie de viva la virgen con lo que convirtamos
la ciudad en un zoco permanente de comercio cutre en el que cada local o cada
comerciante haga de su capa un sayo. Que sean los propios titulares de esos
comercios quienes doten a la acción comercial de un sentido lúdico y callejero
atrayente y respetuoso con el conjunto de la vida ciudadana.
Esos mercados cimarrones, artificiosos, que cada vez con
mayor frecuencia, se establecen temporalmente en nuestras plazas y calles no cuentan con el
respaldo del comercio barrial. Son muchas veces competencia desleal del mismo y
no aportan nada particularmente útil al desarrollo de la ciudad. Son como
pegotes artificiales. Ya dejamos años atrás que se desarrollasen núcleos
comerciales en algunas plazas como Felipe II o la plaza de Santo Domingo con la
excusa de beneficiar al sector artesano en momentos de fiestas populares como
las navidades. De las fiestas nómadas se pasó a la instalación definitiva y en
estos momentos nadie es capaz de asegurar que en esos puestos se desarrollen
actividades artesanas. No pido yo que desaparezcan. Sé que se han convertido en
la forma de vida de mucha gente que lo necesita. Pongamos un cierto orden y
atención.
Tanto o más, sin embargo, me preocupan las acciones de
promoción y de merchandising que se desarrollan en nuestras plazas del centro
en beneficio de las grandes empresas. A veces traen como consecuencia enormes
dispositivos propagandísticos que buscan atraer a masas de potenciales clientes
alterando la vida ciudadana.
Creo que sería bueno que el gobierno de nuestra ciudad,
especialmente desde las concejalías de distrito, tuviesen más capacidad de involucrarse
en estas cuestiones y de incentivar aquellas acciones más convenientes en
detrimento de otras más agresivas o menos cívicas. Y siempre en conexión con el
comercio de cada barrio y con la ciudadanía.
En esta coyuntura propongo diseñar un Plan Global de
fortalecimiento del comercio urbano del centro de Madrid que tenga en cuenta
todos esos elementos.