19 de marzo de 2013

Por un plan global de desarrollo comercial urbano en el centro de Madrid.

Actividad promocional en la calle Fuencarral de Madrid

Las ciudades nacen para el comercio y para la defensa. Y la mejor arquitectura urbana colectiva siempre ha estado relacionada con esa seña de identidad comercial. Nuestras plazas mayores puede que sean la expresión más depurada de esa circunstancia. Y nuestros viejos mercados, prácticamente ya desaparecidos, la memoria de otras épocas en las que esa conexión viva entre comercio y ciudad era más evidente

En torno a los mercados nacieron muchas otras manifestaciones civiles relacionadas con la música y los espectáculos. Cercanos a los mercados se establecen los escribanos, los pendolistas. Las fondas y pensiones. Los talleres y los oficios. Las consultas de los sacamuelas. Y las parejas se casaban aprovechando las ferias. La feria es la mejor expresión de esa alianza entre ciudad y comercio.

Nada por tanto que oponer a que el comercio vivifique la vida de nuestra ciudad. De hecho casi todo el centro de Madrid ha sido desde siempre una especie de lo que hoy se ha dado por llamar “comercio abierto”. Nada que decir en negativo a que en los barrios de vieja tradición como el de las Letras se establezcan fechas para que los comercios salgan a la calle y coloquen sus productos y ofertas en las aceras, tal como se está haciendo en los últimos tiempos. E incluso que esos comercios, organizados en asociaciones, desarrollen programas y acciones de entretenimiento para atraer a todo tipo de públicos. Recuperaría Madrid de esa forma un aire ferial y acogedor. Sirvan como modelos de este buen hacer iniciativas como el Mercado de las Ranas o Molavide. Y como chapuzas impresentables el, afortunadamente,  desaparecido mercadillo de la calle Fuencarral 24 o el gastromercado de Olavide, que también parece que pasó a mejor vida después de sus primeras ediciones.

Hay por lo tanto muchas razones en positivo para el desarrollo de nuestro comercio barrial, pero, siempre hay un pero; que no se conviertan esas acciones en una especie de viva la virgen con lo que convirtamos la ciudad en un zoco permanente de comercio cutre en el que cada local o cada comerciante haga de su capa un sayo. Que sean los propios titulares de esos comercios quienes doten a la acción comercial de un sentido lúdico y callejero atrayente y respetuoso con el conjunto de la vida ciudadana.

Esos mercados cimarrones, artificiosos, que cada vez con mayor frecuencia, se establecen temporalmente en nuestras plazas y calles no cuentan con el respaldo del comercio barrial. Son muchas veces competencia desleal del mismo y no aportan nada particularmente útil al desarrollo de la ciudad. Son como pegotes artificiales. Ya dejamos años atrás que se desarrollasen núcleos comerciales en algunas plazas como Felipe II o la plaza de Santo Domingo con la excusa de beneficiar al sector artesano en momentos de fiestas populares como las navidades. De las fiestas nómadas se pasó a la instalación definitiva y en estos momentos nadie es capaz de asegurar que en esos puestos se desarrollen actividades artesanas. No pido yo que desaparezcan. Sé que se han convertido en la forma de vida de mucha gente que lo necesita. Pongamos un cierto orden y atención.

Tanto o más, sin embargo, me preocupan las acciones de promoción y de merchandising que se desarrollan en nuestras plazas del centro en beneficio de las grandes empresas. A veces traen como consecuencia enormes dispositivos propagandísticos que buscan atraer a masas de potenciales clientes alterando la vida ciudadana.

Creo que sería bueno que el gobierno de nuestra ciudad, especialmente desde las concejalías de distrito, tuviesen más capacidad de involucrarse en estas cuestiones y de incentivar aquellas acciones más convenientes en detrimento de otras más agresivas o menos cívicas. Y siempre en conexión con el comercio de cada barrio y con la ciudadanía.

En esta coyuntura propongo diseñar un Plan Global de fortalecimiento del comercio urbano del centro de Madrid que tenga en cuenta todos esos elementos.


4 de marzo de 2013

Las fiestas de los Quintos

Quintos y quintas en el pueblo riojano de Pradejón. Foto tomada de la estupenda web del Ayuntamiento de esa localidad.

 Esta entrada en el blog está dedicada a mis amigos de la mili en el Sáhara Occidental Español.

El servicio militar obligatorio estuvo en vigor en España desde 1912 hasta el 2001. Anteriormente, a lo largo de todo el siglo XIX, si bien existía la obligación de incorporarse a filas las posibilidades de “escaquearse” eran muy amplias. Se podía redimir la obligación pagando una cuota, los famosos “soldados de cuota”, o consiguiendo alguna prebenda oficial para conseguir ser sustituido en el servicio por otra persona. Aquello permitía que los hijos de las familias pudientes se librasen de la “mili”.

De esa época vienen refranes y coplas populares como la que se cantaba en Extremadura:
"Si te toca te jodes
que te tienes que ir
que tu madre no tiene
dos mil reales pá ti,
a la guerra del moro
a que luches por mí".
Aquello era de una injusticia tan manifiesta que ir a la mili era considerado como algo propio de las clases más humildes o bien de aquellos que hacían del ejército su forma de vida, que no eran pocos. Decía que en 1912, y a consecuencia de las grandes movilizaciones populares como la famosa Semana Trágica de Barcelona de 1909 que protestaban por la muerte de cientos de chavales en la guerra de África, aquel régimen semifeudal desapareció pero eso no es estrictamente verdad. Siguió existiendo, incluso en la misma II República, el concepto de “soldado de cuota” que si bien no te libraba del servicio, lo hacía más breve o evitando la presencia en las unidades militares más lejanas o más peligrosas, lo que no era moco de pavo en aquellos tiempos de las guerras africanas.

Tuvo que ser Franco, en 1940, quien definitivamente acabase con ese sistema, aunque de todos es bien conocido que de alguna forma las clases más ricas del país conseguían mejores destinos para sus hijos. O que existían formas más leves de prestar el servicio obligatorio como las Milicias Universitarias. Ser hijo de viuda o trabajar en algún sector estratégico de la economía también podían ser clases de exclusión del cumplimiento de la mili.

Pero ¿de dónde viene esa expresión de los quintos? Pues eso viene de los tiempos de Carolo III- el de la Puerta de Alcalá- que le dio por  dictar una Ordenanza en la que uno de cada cinco jóvenes en edad militar (las famosas Quintas), entre los 18 y los 40 años y mediante sorteo, tendrían que incorporarse cada año al Ejército. Sus nombres se extraían del padrón de mozos que formaban el censo militar. Ir a la mili era "servir al Rey". En algunas épocas posteriores ese régimen fue cambiando y así por ejemplo en algunas regiones- y no por casualidad- como Cataluña, Navarra o el País Vasco, el sistema de reclutamiento era voluntario. Incluso durante la I República Española el ejército estaba formado exclusivamente de tropas voluntarias y remuneradas, como ahora mismo.

Antiguamente los soldados se reclutaban a la fuerza si la situación militar así lo requería o bien entre gentes de mal vivir que encontraban con esa forma de incorporarse a los ejércitos una manera de sobrevivir gracias a los pequeños sueldos- las soldadas- que recibían en campaña.

El nombre de quintos pasó a formar parte del vocabulario popular y con ese nombre se ha conocido hasta casi nuestros días a los jóvenes que sorteaban en las respectivas cajas de reclutamiento existentes en todas las capitales de provincia. El sorteo, el saber a qué cuerpo o a qué localidad te mandaban era todo un acontecimiento que determinaba el futuro de muchos jóvenes y de sus familias. Cada año, reemplazo, el sorteo se convertía en un espectáculo de gran seguimiento y era tradición celebrar fiestas en los pueblos y en los barrios. 

Tenía su importancia aquello del sorteo. La suerte se inclinaba de un lado o de otro. Si te resultaba favorable te tocaba servir en un regimiento de tu provincia y seguir estando en contacto con tu familia. Si te era muy desfavorable podías acabar en algún destacamento perdido en las arenas del desierto del Sáhara. Te podía tocas Ceuta o Melilla. O aviación. O la Armada. Por supuesto que luego en cada unidad de destino las cosas podían también mejorar o empeorar. De nada bueno te servía prestar el servicio al lado de casa si te tocaba luego hacer más guardias o servicios que Cascorro. Al revés podías ir destinado al Sáhara y chuparte una mili de puta madre, relevado de servicios de guardias y cocinas. Metidito en una oficinita por la que no pasaba un oficial ni en días de luto.

Gracias a respuestas de amigos de la mili he conseguido tener una pequeña descripción sobre las distintas formas de celebrar aquel acontecimiento del sorteo. Esto es lo que me cuentan:

Andrés Salanueva. Yo soy de un pueblico pequeñico de Navarra, concretamente de Arróniz y sí que celebramos los quintos. A mí me tocó en enero de 1969, y recuerdo que lo celebramos en navidades. Quintos y quintas (entiendo que eran las novias o las amigas de los quintos) apañábamos un gorro de soldado y salíamos a pedir por las casas y los bares. Alquilábamos tres o cuatro músicos y nos pasábamos toda la mañana pidiendo por las casas. Buena comida, buen baile y luego buena cena. Se me olvidaba lo primero: la misa y una visitica a las monjicas.

Francisco De Miguel. Yo si recuerdo que en Madrid el día del sorteo vendía unos cartelitos con la bandera española que ponía África o España y se los ponían en la solapa. Y un gorro de soldado de cartón. Iban por las tascas celebrándolo. A los de África les solían invitar.

Antonio Peña. En el pueblo de mis padres y mis abuelos en la comarca de los Monegros los quintos ese día pagaban una orquesta y se celebraba un baile. Se comía y se bebía. Sobre todo bebía. Se pedía permiso a la guardia civil y te dejaban hacer bromas, yo diría más bien que putadas. Por ejemplo marchaban de noche al pueblecito de al lado que tenía las calles de tierra y se las labraron todas. Al otro día la guardia civil les hizo que fueran dejar las calles como estaban antes.

Joan Roger. En mi quinta, organizamos un "guateque" en una discoteca de Blanes y con las ganancias obtenidas celebramos una cena con votación de madrinas incluido. Creo recordar que éramos unos 30 poco más o menos. La discoteca era la San Antonio (hoy ya desaparecida) y el grupo musical creo recordar eran Los Diablos. Hasta la desaparición de la mili obligatoria esta era una tradición habitual en Blanes.

Si quieren ustedes una información más amplia sobre las fiestas de Quintos un alma caritativa le dio por realizar una muy buena investigación sobre la materia y la colgó en la Wikipedia. Como decía el Guerra: hay gente “pa tó”. Incluso algún antropólogo de guardia ha tratado de analizar las fiestas de los quintos en la mejor tradición del análisis social de los ritos de paso de la masculinidad.

En este caso la foto corresponde al pueblo de Guadarrama en la sierra de Madrid. El original está en la web Los Quintos.
Por supuesto que sobre la mili se pueden escribir libros enteros. De hecho suele ser propio de los abuelos contar batallitas y enseñar a sus nietos las fotos de la mili en Ceuta. Incluso algunos llevan su pasión narradora a extremos como reunirse entre ellos para contarse esas batallitas de juventud. Por cierto que este fin de semana me toca asistir a una de esas tenidas. Esto de la mili imprime carácter. Pero en esta ocasión solo se trataba de escribir sobre las fiestas de los quintos.

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