Hace ya mucho tiempo que se hablaba de un concepto llamado “nuevo orden económico internacional”. Hoy se habla de la reforma del sistema financiero internacional. En el alcance y la sutileza de las palabras radica muchas veces el entendimiento de las cosas. Eso es algo que se sabe desde que Alicia viajó al País de las Maravillas.
Otro concepto viejo ya lo inventó el Club de Roma hace mas de treinta años: crecimiento cero. Estábamos entonces en los compases medios de la crisis del petróleo de la década de los 70. Hoy, por medio la catástrofe del Golfo de México, las fuerzas que dirigen el sistema apenas pueden sacar adelante un programa de lucha contra el cambio climático como se pudo observar en Copenhague. Los que hablan de conceptos inspirados en las tesis del crecimiento cero apenas son escuchados en los foros internacionales.
Quiero decir que mientras el mundo asiste a una crisis tremenda que está poniendo en cuestión el mismo modelo de desarrollo las respuestas políticas que se nos ofrecen no pasan de ser irrisorias. La ciencia ecológica ha conseguido un desarrollo insospechado que nos permite asegurar el enorme riesgo climático que el planeta sufre y la repuesta que da la política es incentivar el desarrollo de nuevas energías renovables exclusivamente desde la óptica de los negocios: la famosa economía verde. La globalidad ha creado nuevos fenómenos económicos y ha desquiciado los equilibrios demográficos, sociales y políticos de gran parte del mundo y, sin embargo, la respuesta del G20 es la inacción, el cruce de miradas con los sectores financieros y la propuesta de medidas de bajo perfil que además nunca llegan.
¿Qué decir de unos mercados financieros que ahora se atreven a poner en cuestión a los sectores públicos de Europa y que imponen políticas de contención del gasto social aún a riesgo de sofocar el posible crecimiento de los países o de llevar a los estados a la misma quiebra fiscal?
Puede que las cosas fuesen menos preocupantes si las opiniones públicas de nuestros países estuvieran mas movilizadas y en tensión ante los retos y los problemas de alcance. Pero veo con cierta desesperación que se habla de huelga general en base a una posible reforma de los mercados de trabajo. Pasan delante de nuestros ojos crisis fiscales, climáticas, energéticas, monetarias, sociales y financieras de un alcance terrible y nosotros nos movilizamos para evitar que el despido de los nuevos contratos laborales se pague a 33 días en vez de a 45. Me parece de una miseria preocupante. Hay razones para convocar huelgas generales y posiblemente hasta de hambre universal para todos los días del año, aunque solo sea para decir a los gobernantes del mundo que queremos reformas globales, que no consideramos razonable ni justo ni con futuro salvar la cara a tanto banquero depredador y que queremos un orden económico que ponga coto a tantos desmanes como los que estamos viendo. Que no nos parece razonable enterarnos por los periódicos de los millonarios fondos de pensiones de los directivos bancarios españoles mientras se congelan las pensiones. Que no nos parece de recibo ver como cuatro desalmados se forran en una bolsa de valores que parece el patio de Monipodio y que nuestras Cajas de Ahorro dediquen sus mejores recursos a salvaguardar los patrimonios inmobiliarios de las grandes empresas del sector y ponen en riesgo el futuro de las pequeñas empresas negándoles el crédito para sus operaciones y que encima luego tenga que ser el Banco de España el que con nuestros impuestos acuda a su rescate.
Hoy ya sabemos que los españoles vamos a tener que pagar por tantos años de burbuja inmobiliaria, por tanto derroche energético, por tantos kilómetros de autovía y de redes de alta velocidad y por nuestras locuras de nuevos ricos. De acuerdo. Paguemos el precio. Pero pagar el precio supone: entender como elevamos la productividad del factor trabajo y responder por ello a fenómenos como el alto absentismo laboral que “disfrutamos”. Implica dar una respuesta a las altas tasas de fracaso escolar. Significa olvidarnos durante muchos años de la cultura del pelotazo inmobiliario. Pagar el precio quiere decir consumir más inteligentemente y no gastar a tontas y a locas en tanta subvención pública de cosas tan absurdas como las fiestas de las tapas, semanas gastronómicas, exaltaciones de los guisos populares, romerías y festejos de tantas advocaciones marianas. Significa dejar los coches oficiales reducidos a la mínima expresión y anular de golpe todos los banquetes y los actos oficiales ligados a meriendas, cocteles y guateques. Significa ir por el mundo llevando una imagen de la España sobria, de la inteligencia y del arte, y no dedicar tantos recursos, tantas horas de televisión a deportistas o a cocineros- con todos los respetos-.
Significa por último que cuando se nos convoque a una cosa tan seria como una huelga general los convocantes sepan medir el impacto y la proporción de las cosas.
He dicho. Como decían los inolvidables Tip y Coll: la semana que viene hablaremos del gobierno.
Este fin de semana la musiquita que acompaña este discurso que les he largado tiene una pequeña pretensión: poner un poquito de calma en nuestra vida. Le he dado vueltas a que cosa programar. ¿Qué les parece para estos días de luna llena el Claro de Luna de Debussy?