14 de abril de 2024

A UN PASO DEL ABISMO

 

                     Sujetando a Moisés 



A UN PASO DEL ABISMO


La actual confrontación en Gaza no es simplemente otro capítulo en el prolongado conflicto del Medio Oriente. Representa un salto cualitativo hacia una guerra brutal entre bloques: las potencias occidentales frente al tándem conformado por Rusia y China. Israel e Irán, aliados respectivos de cada bloque, son los protagonistas del primer enfrentamiento a escala militar, que podría ser un preludio de una Tercera Guerra Mundial, la cual, según Einstein, sería la última guerra tecnológica posible. Después de eso, solo quedaría la guerra primitiva. Tal vez ni siquiera eso.


Es incómodo mencionar el espectro de una guerra mundial. Evocarlo podría deberse a una crisis personal, a una depresión provocada por el miedo, o en mi caso, por mi avanzada edad. Uno no elige ser un agorero. Es más bien una predisposición natural. Pero permítanme explicarme. En los últimos meses, Israel ha quedado expuesto ante el mundo como una nación atrapada en sus propios mitos nacionales, lo que la ha llevado casi inadvertidamente a una espiral de muerte y destrucción contra su antiguo enemigo, el pueblo filisteo, personificado hoy en día por los palestinos, quienes no aceptaron el subordinado papel que les asignaron hace un siglo las potencias coloniales.


Como consecuencia de esta actual carnicería, las autoridades judías israelíes se ven obligadas a enfrentar el desprecio mundial y una crisis de legitimidad internacional. Han optado por el enfoque "patada para arriba", una estrategia reminiscente de las tácticas del entrenador Clemente. Convertir un drama bíblico en el motor de una venganza en pleno siglo XXI tiene un costo. No debería ser aceptable que un episodio como el de Amalec, descrito por Samuel como:


"Ve ahora, y ataca a Amalec, y destruye por completo todo lo que tiene, y no te apiades de él; antes bien, da muerte tanto a hombres como a mujeres, a niños como a niños de pecho, a bueyes como a ovejas, a camellos como a asnos."


se convierta en una ley de obligado cumplimiento en nuestros tiempos y además dé lugar a nuevos episodios bélicos, como los que estamos presenciando en relación con Irán. Es verdaderamente enfermizo.


No sabemos si como resultado de las advertencias del gobierno de Estados Unidos o como fruto de su propio discernimiento y debate interno, los líderes israelíes han llegado a la conclusión de que solo una escalada e internacionalización de su conflicto puede salvarles de la creciente repulsa global hacia sus atrocidades y sus vendettas ancestrales.


A partir de este punto, solo podemos especular. ¿Acaso el mundo occidental desea convertir la tragedia israelí-palestina en un casus belli precursor de un conflicto directo entre bloques, quizás incluso en medio de una campaña electoral? ¿Estará Europa dispuesta a sumarse a una contienda que la colocaría en la primera línea de fuego?


Estados Unidos seguramente no puede permitir que Israel, y mucho menos Netanyahu, le dicte los tiempos y las tareas. Todos son conscientes de que en tiempos de campaña electoral, el clima de guerra representa un torpedo directo contra la democracia. Solo existen dos líneas de campaña: la belicista y la no belicista. Trump encarna la tradición aislacionista de los republicanos, mientras que a Biden nadie lo imagina enfundado en el casco de guerra. ¿Alguien duda de quién sería el favorecido en las urnas en noviembre?


A pesar de todo, hay elementos que nos permiten mantener alguna esperanza en una resolución digna para el actual conflicto en el Medio Oriente. La existencia de potencias intermedias en el mundo árabe, en América, Asia y África, junto con un poderoso movimiento por la paz a nivel global y una mayoría de naciones en los organismos multilaterales, podrían inclinar la balanza hacia un resultado más positivo.


Creo, y es mucho creer en estos tiempos, que el mundo finalmente apostará por una solución pacífica. Sin embargo, para lograrlo, alguien deberá ponerle cascabeles a muchos gatos.

1 de febrero de 2024

¿Qué vamos a comer mañana?


 


Las huelgas y movimientos del campesinado europeo me tienen consumido el poco intelecto que me queda. Mira si al final de los tiempos la liberación de la humanidad vendrá protagonizada o agonizada por la clase que al entender de tantas generaciones de sociólogos y filósofos ha sido definida como la más retardataria, conservadora e incluso reaccionaria de los tiempos capitalistas.


A bordo de sus máquinas agrícolas, de sus tanques tractores, cruzan carreteras y autopistas como si fuesen sembradoras de asfalto. Los lemas de sus pancartas son lo suficientemente llamativos como para preocupar a los políticos al mando. No piden sino que les dejen vivir de su trabajo. Que menos. Desde el fondo de los tiempos ese sería el llamado de los oprimidos de la tierra. El problema es que parece que la forma de conseguir ese sagrado objetivo consiste en dejar de cumplir los protocolos sanitarios y ecológicos que rigen su sector, en cerrar los mercados a productos exclusivamente locales y tener acceso a cupos de agua crecientes a pesar de la escasez y las sequías. 


No se que piensan ustedes pero creo que los ciudadanos afectados algo tendremos que decir. Esperemos que no sea pedir la prohibición de manifestaciones y el retorno al régimen de trabajo feudal. Vivimos en regímenes de democracia deliberativa y de participación abierta y ni siquiera nos tendría que preocupar el desarrollo de acciones callejeras como la ocupación de las vías públicas y el corte de carreteras. No creo que el señor Feijóo vaya a definirles como terroristas. 


Anular o retrasar la aplicación de normativas sanitarias en materia de fertilizantes, permitir la explotación irracional de acuíferos o el sobreempleo de recursos hídricos y, para mí particularmente, por mucho que se camufle bajo el paquete de la soberanía alimentaria o el consumo cercano, proceder al cierre de fronteras comerciales me parecerían medidas populistas y hasta criminales. Por ahí no debemos pasar ni por asomo. 


No soy experto en la materia pero creo que tiene que haber otros tratamientos del asunto de orden diferente. Probablemente en los sistemas de distribución, en reforma de redes comerciales y en materia de financiación de ayudas. Y puede que más importante todavía sea concebir el sector agrario como un agente social a favor de la fijación de poblaciones en zonas rurales y de defensa de los entornos naturales, del equilibrio ecológico y de los recursos físicos de la naturaleza. Esa es una misión que merece todo tipo de ayuda y de respeto ciudadano. Creo que los sistemas actuales de financiación de la actividad agraria contribuyen poco a esos objetivos. Incluso pienso que en muchas ocasiones conspiran contra ellos. 


El populismo agrario que busca la rebaja de los costes laborales como alternativa no debe ser consentido en ningún caso. Atraer personal a la actividad en entornos rurales, mucho más en un futuro en el que la tecnología revolucionará muchas de las formas de trabajo, debe ser una misión que tenga ventajas fiscales y de mejora de las condiciones de vida rural. Las escenas de inmigrantes semi esclavizados deben ser erradicadas. 


Como toda reforma tiene su coste y es aceptable que una parte, la que sea razonable por muy elevada que resulte, deba ser asumida socialmente, el camino no puede ser otro que el debate social abierto. Me temo que las autoridades políticas, mucho más en el tiempo electoral en el que entramos, prefieran resolver el pleito a toda prisa mediante mecanismos de nuevos subsidios que lo único que consigan sea reproducir el sistema actual de compensaciones al sector.


Por supuesto que la pregunta inicial ¿y mañana que comemos? tiene mucho que ver. Al final todo empieza y termina con los usos y costumbres alimenticios de nuestra población. Comemos muy mal, con dietas grasientas y azucaradas que nos van a llevar a sufrir epidemias y enfermedades difíciles de enfrentar y que a su vez permitirán grandes beneficios a las industrias farmacéuticas con costes sociales y económicos imposibles de asumir.


Como ven tenemos un buen panorama y me temo que nos va a faltar sentido común e inteligencia para enfrentarlo. 


Que por lo menos Dios nos pille bien alimentados.



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