Un año mas a Ribadeo. A caminar y correr a primera hora. A recibir los primeros rayos de sol. Subir por la carretera de Santa Cruz, por el club de tenis, bajar al puerto de carga. Recorrer la línea de la costa a trote cochinero. Subir por la cuesta de San Miguel, entrar por las cuatro calles y hacer parada para comprar el periódico en San Francisco. Al final por el mercado y la avenida de Galicia hasta la zona deportiva y escolar cercana a la estación del AVE.
Luego a la playa secreta donde a veces estamos solos. Un libro, un bocadillo y la lata de cerveza.
Mas tarde recorrer el dédalo de carreteras y caminos que te llevan por las playas hacia el oeste. Perderse como siempre aunque este año con mi flamante GPS que me ha regalado mi prima Michelle por lo menos podré encontrar el camino de vuelta a casa. Como siempre horrorizarme por el follón y la fealdad suprema del “amueblamiento urbano” de la playa de las catedrales. Gozar una vez mas de las enormes playas y de los caminos de piedra, esos si bien hechos, de las playas mas cercanas a Barreiros.
Luego la siesta con algún libro de la colección de Pepa y Nenó. Charlar un ratito con la “ratita” Maria Eugenia. Por la tarde paseo urbano, a la vieja usanza, caballero de vieja estampa. A veces llevar la cámara de fotos y retratar algún aspecto perdido de la vieja Ribadeo. El pulpo de San Francisco que no falte, la terraza del Cantón. Y así todos los días. Miento. De vez en cuando excursiones por el monte, por Asturias, por Mondoñedo. De vez en cuando cena con los amigos, con esos madrileños a veces tan denostados por los locales. Con los “territoriantes” como les llaman algunos urbanistas resabiados de Asturias, según nos cuentan en Apuesta X Asturias. Por cierto que son madrileños de Granada, de Burgos, de todas partes, también de Madrid. Debe ser que los madrileños nos parecemos a los de Bilbao que nacemos donde nos da la gana.
Sigo la actualidad ribadense a través de algunos blogs, como Ribadeando y Vida Socio Política. El primero en la lengua de Rosalía. El segundo en castellano. Me entero que ha cambiado el alcalde. Percibo un desencanto en la sociedad civil. Hay dudas sobre el futuro de Ribadeo. Algunos quieren convertirlo en una ciudad moderna llena de nuevos edificios, supermercados y avenidas; otros prefieren la calma de la villa vetusta.
Me resulta difícil hacerme mi propia idea. Creo que el desarrollo urbano se hace incontrolable, incluso en las mejores condiciones de partida y bajo la mas sensata conducción política que podamos desear. Creo que no es tan lineal como se afirma que siempre ganan los de fuera y pierden los de dentro. Primero por que los de fuera no forman un único partido. No tiene nada que ver el “madrileño” que lo único que aspira es a poseer una bonita casa y disfrutar de sus vacaciones o jubilación, y que a veces se convierte en el mas fanático seguidor del status quo, que el otro “madrileño” que va en busca de negocio urbanístico o de aquel otro que ve un hueco en el entorno profesional del pueblo y abre un negocio o un despacho desde el que ganarse dignamente la vida aportando su experiencia y su trabajo. Tampoco es lo mismo el trabajador local al que los precios de la vivienda le expulsan de su entorno de siempre, que el profesional de la banca o del comercio que sabe mejor que nadie como aprovechar la ola a su favor, no digamos nada del político o del funcionario espabilado. Creo que cada ciudad tiene su propia dinámica. Ejemplos los hay para todos los gustos. Invito a los urbanistas a analizar modelos como el de La Granja de San Ildefonso, ciudad estamental dividida entre los locales y los foráneos con equilibrios según época. San Lorenzo del Escorial, otro caso de libro, etc. El patrimonio cultural y artístico de Ribadeo tiene que ser pieza esencial en cualquier proyecto. Yo creo que Ribadeo tiene el peso suficiente como para erigirse en referencia cultural de una parte considerable del litoral gallego y hasta del asturiano. Pero para ello hace falta seguramente hacer coincidir los intereses de una mayoría. Y tener capacidad de negociar. También de inventar. También de huir de la dictadura de la memoria, de esa memoria que nos hace refugiarnos en la ciudad de nuestra infancia o de nuestro sueño. Esa ciudad ya no existe ni en Ribadeo ni en ningún otro sitio.
Como iba diciendo, me voy para Ribadeo. Y voy a aparecer poco por esta casa. Que tengais buenas vacaciones.
Creo que las cosas fueron produciéndose de por si. Una fracción del régimen dirigida por Juan Carlos consideró necesaria la transformación del sistema y una oposición débil políticamente pero socialmente influyente consiguieron crear una fórmula de éxito en la que todo el mundo quedase contento. Seguramente unos hubieran querido limitar el alcance de los cambios y otros haber conseguido transformaciones mas vistosas. Los propios resultados de las elecciones de 15 de Junio de 1977 fueron el mejor motor para consolidar la precariedad del proceso que hasta ese momento no dejó de ser una simple reforma administrativa del viejo régimen. Hubo pocos damnificados, si es que hubo alguno. A ningún funcionario ni jerifalte del franquismo se le tocó un pelo. Incluso muchos de ellos se instalaron con comodidad en la nueva situación. De repente todo el mundo era demócrata. Los demócratas de toda la vida asistían al parto de la democracia con la satisfacción del deber cumplido y con un cierto regusto de que las cosas salían de una manera no prevista y poco vistosa. Pero era igual, el caso es que por primera vez el pueblo español podía expresarse en libertad. Por supuesto que en ambos lados hubo sus mas y sus menos. Algunos consideraron que la traición a las esencias del viejo régimen era un error y se quedaron al margen de la evolución futura de la política. Ese error primigenio sigue impidiendo que la extrema derecha sociológica española tenga una expresión política propia como en otros países de Europa. Por la izquierda también se produjeron disensiones inmediatamente. Algunos no soportaron la imposición de los símbolos franquistas o vieron en los cambios una simple continuidad del viejo régimen. Fueron los primeros desencantados. Algunos convirtieron el desencanto en un error estratégico como ETA, que desgraciadamente siguen operando como si en España, y en el País Vasco, no hubiera pasado nada.
La mayoría de la gente entendió que aquello era lo mejor posible y se apuntó a la función con mayor o menor entusiasmo. Los panegiristas de la transición les llamaron los protagonistas del cambio. Pero en realidad los protagonistas fueron los políticos. Los nuevos políticos. Aquellos que enseguida aprendieron las técnicas electorales mas modernas. Aquellos que supieron crear nuevas estructuras, las Comunidades Autónomas por ejemplo, que dieron acomodo a toda una generación de profesionales de la política que de otra forma no hubieran aparecido. España necesitaba una nueva generación de dirigentes sociales para afrontar los cambios necesarios. La transición fue un éxito en ese sentido. Hasta hoy, en la que parece que esa obra transformadora ha llegado al límite de su elasticidad. La diferencia era que entonces parecía existir una opinión generalizada a favor del cambio. Nadie estaba satisfecho con la situación. Hoy creo que nos falta ese estimulo. Nuestros políticos están instalados en el mejor de los mundos y no se ve una generación de profesionales interesados en incorporarse al mundo de la vida social y política para introducir cambios. Nuestra sociedad no cree que la política merezca una atención especial. Y no tenemos un Franco a punto de morirse.