Sujetando a Moisés
A UN PASO DEL ABISMO
La actual confrontación en Gaza no es simplemente otro capítulo en el prolongado conflicto del Medio Oriente. Representa un salto cualitativo hacia una guerra brutal entre bloques: las potencias occidentales frente al tándem conformado por Rusia y China. Israel e Irán, aliados respectivos de cada bloque, son los protagonistas del primer enfrentamiento a escala militar, que podría ser un preludio de una Tercera Guerra Mundial, la cual, según Einstein, sería la última guerra tecnológica posible. Después de eso, solo quedaría la guerra primitiva. Tal vez ni siquiera eso.
Es incómodo mencionar el espectro de una guerra mundial. Evocarlo podría deberse a una crisis personal, a una depresión provocada por el miedo, o en mi caso, por mi avanzada edad. Uno no elige ser un agorero. Es más bien una predisposición natural. Pero permítanme explicarme. En los últimos meses, Israel ha quedado expuesto ante el mundo como una nación atrapada en sus propios mitos nacionales, lo que la ha llevado casi inadvertidamente a una espiral de muerte y destrucción contra su antiguo enemigo, el pueblo filisteo, personificado hoy en día por los palestinos, quienes no aceptaron el subordinado papel que les asignaron hace un siglo las potencias coloniales.
Como consecuencia de esta actual carnicería, las autoridades judías israelíes se ven obligadas a enfrentar el desprecio mundial y una crisis de legitimidad internacional. Han optado por el enfoque "patada para arriba", una estrategia reminiscente de las tácticas del entrenador Clemente. Convertir un drama bíblico en el motor de una venganza en pleno siglo XXI tiene un costo. No debería ser aceptable que un episodio como el de Amalec, descrito por Samuel como:
"Ve ahora, y ataca a Amalec, y destruye por completo todo lo que tiene, y no te apiades de él; antes bien, da muerte tanto a hombres como a mujeres, a niños como a niños de pecho, a bueyes como a ovejas, a camellos como a asnos."
se convierta en una ley de obligado cumplimiento en nuestros tiempos y además dé lugar a nuevos episodios bélicos, como los que estamos presenciando en relación con Irán. Es verdaderamente enfermizo.
No sabemos si como resultado de las advertencias del gobierno de Estados Unidos o como fruto de su propio discernimiento y debate interno, los líderes israelíes han llegado a la conclusión de que solo una escalada e internacionalización de su conflicto puede salvarles de la creciente repulsa global hacia sus atrocidades y sus vendettas ancestrales.
A partir de este punto, solo podemos especular. ¿Acaso el mundo occidental desea convertir la tragedia israelí-palestina en un casus belli precursor de un conflicto directo entre bloques, quizás incluso en medio de una campaña electoral? ¿Estará Europa dispuesta a sumarse a una contienda que la colocaría en la primera línea de fuego?
Estados Unidos seguramente no puede permitir que Israel, y mucho menos Netanyahu, le dicte los tiempos y las tareas. Todos son conscientes de que en tiempos de campaña electoral, el clima de guerra representa un torpedo directo contra la democracia. Solo existen dos líneas de campaña: la belicista y la no belicista. Trump encarna la tradición aislacionista de los republicanos, mientras que a Biden nadie lo imagina enfundado en el casco de guerra. ¿Alguien duda de quién sería el favorecido en las urnas en noviembre?
A pesar de todo, hay elementos que nos permiten mantener alguna esperanza en una resolución digna para el actual conflicto en el Medio Oriente. La existencia de potencias intermedias en el mundo árabe, en América, Asia y África, junto con un poderoso movimiento por la paz a nivel global y una mayoría de naciones en los organismos multilaterales, podrían inclinar la balanza hacia un resultado más positivo.
Creo, y es mucho creer en estos tiempos, que el mundo finalmente apostará por una solución pacífica. Sin embargo, para lograrlo, alguien deberá ponerle cascabeles a muchos gatos.
1 comentario:
EN EFECTO,CUIDADÍN
Publicar un comentario