Pero lo del cabro, ah, lo del cabreo, eso parece que no
tiene visos de desaparecer. Forma parte consustancial de nuestra forma de ser.
Aquí el que no está cabreado es que está encabronado que es peor. Expresiones
como “dondevamosaparar” “estoclamalcielo” o “la madrequelesparió” forman parte
de nuestro repertorio verbal cotidiano. Tanto como el buenos días o parece que
va a llover. En esto es en lo que nos diferenciamos de nuestros vecinos
europeos. Cuando el inglés o el escocés se cabrean, que se cabrean, oiga, no
crea usted que no, convocan un referéndum y dirimen sus diferencias
cordialmente sin mayores problemas. El francés en esas circunstancias monta una
revolución e inventa la marsellesa. Crean una nueva república y luego añoran el
pasado mientras comparten una botella de tinto o de blanco. Pero enseguida
dejan de estar cabreados. El italiano clama al cielo y grita aquello de porco
governo. Luego se va a casa de la mama, se empapuza de espaguetis y vuelve a
pensar que viviendo en lo más parecido al paraíso terrenal para que renunciar a
la dolce vita. El señor o la señora alemana se va a un concierto o recita algún
poema maravilloso de Hölderlin como aquel que dice
“¡Bella vida! Tú vives, como leve brote de invierno,
en este
mundo agostado sola y callada floreces.
Aire ansías, y luz, primavera que vierta su tibio
resplandor, cuando buscas la infancia del mundo.
Ya tu sol, ya tu tiempo feliz se ha ocultado,
y en la
noche glacial sólo hay fragor de huracanes.”
….y se quedan tan anchos. Solo de vez en cuando surge un
alemán sin oído musical o ágrafo que monta la de Dios. Pero, bueno, eso solo
pasa una vez por siglo. El resto del tiempo el alemán medio se parece a la
señora Merkel.
Sí, es verdad. Luego tenemos los rusos y los de Marruecos.
Pero bueno, esos ya no son de nuestra cultura. Tienen derecho a cabrearse.
Aunque solo sea para olvidar a sus zares y sultanes.
¿Las razones para el eterno cabreo español? Se han dicho muchas
cosas al respecto. Que no sabemos perder. Que somos envidiosos. Que somos
peleones. Que no estamos cristianizados debidamente. Que tenemos un circuito
mental defectuoso. No sé. Muchas teorías al respecto. Fíjense que en esto del
cabreo las diferencias entre españoles de las distintas regiones,
nacionalidades o naciones apenas existen. Tomemos al català emprenyat, por
ejemplo. ¿En qué se diferencia del andaluz cabreado? Prácticamente en nada. Se
acordarán ambos de la mare de deu en sus diferentes advocaciones. Es curioso
que existiendo en catalán la palabra cabró no exista el adjetivo
correspondiente o que me corrijan mis amigos catalanes. Esta característica filológica
me ha hecho dudar sobre si el cabreado catalán no existe o es distinto del
español. Pero no, recientemente hemos visto al señor Pujol debidamente cabreado
al estilo tradicional de las tierras por debajo del Ebro. El andaluz, el
valenciano puede que le cueste más aparentar el papel de cabreado. Pero es puro
disimulo. Al final puede que expresen el cabreo mejor que la mayoría. Incluso
se va haciendo común la existencia de muchos andaluces que firman sus escritos
como “andaluz cabreado”. Hasta un perfil de twitter que se autodenomina así. El
gallego, bueno, el gallego debo reconocer que es el ejemplar menos cabreado que
conozco. Pero en apariencia. El gallego aguanta lo que le echen. Pero cuando
llega al estadio de máximo estrés se cabrea como el que más. Más o menos como
el extremeño. Son pueblos sufridos, eso sí. Pero todo tiene un límite. El
asturiano vive en un estado permanente de cabreo. No hay nadie en España más
cabreado que un asturiano.
Dejemos ya estas disquisiciones regionalistas y
estereotipadas. Pero reconozcamos que el cabreo es nuestra principal seña de
identidad. Por el cabreo hacia Dios.
Espero que todo esto lo hayas leído con una sonrisa en los
labios. Pero si te has cabreado no pasa nada. Es lo propio.
Un madrileño cabreado
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