19 de febrero de 2016

EL ESPAÑOL CABREADO










En tiempos se decía que el español era un señor bajito, con bigote y eternamente cabreado. Con el tiempo hemos resuelto lo de la altura. Gracias a la casa Danone y a la Central Lechera Asturiana el español ha ganado talla y aunque ya no tengamos registros como los que facilitaban las comandancias militares con motivo de los llamamientos a filas y sus correspondientes exámenes médicos, nuestras calles rebosan de jovenzuelos y jovenzuelas de portes magníficos. Lo del bigote también se ha resuelto. Ahora, salvo los hípsters, tenemos unas generaciones de españoles poco bigotudos. En el caso del género femenino el bigote ha desaparecido totalmente.

Pero lo del cabro, ah, lo del cabreo, eso parece que no tiene visos de desaparecer. Forma parte consustancial de nuestra forma de ser. Aquí el que no está cabreado es que está encabronado que es peor. Expresiones como “dondevamosaparar” “estoclamalcielo” o “la madrequelesparió” forman parte de nuestro repertorio verbal cotidiano. Tanto como el buenos días o parece que va a llover. En esto es en lo que nos diferenciamos de nuestros vecinos europeos. Cuando el inglés o el escocés se cabrean, que se cabrean, oiga, no crea usted que no, convocan un referéndum y dirimen sus diferencias cordialmente sin mayores problemas. El francés en esas circunstancias monta una revolución e inventa la marsellesa. Crean una nueva república y luego añoran el pasado mientras comparten una botella de tinto o de blanco. Pero enseguida dejan de estar cabreados. El italiano clama al cielo y grita aquello de porco governo. Luego se va a casa de la mama, se empapuza de espaguetis y vuelve a pensar que viviendo en lo más parecido al paraíso terrenal para que renunciar a la dolce vita. El señor o la señora alemana se va a un concierto o recita algún poema maravilloso de   Hölderlin como aquel que dice
“¡Bella vida! Tú vives, como leve brote de invierno,
         en este mundo agostado sola y callada floreces.
Aire ansías, y luz, primavera que vierta su tibio
          resplandor, cuando buscas la infancia del mundo.
Ya tu sol, ya tu tiempo feliz se ha ocultado,
          y en la noche glacial sólo hay fragor de huracanes.”
….y se quedan tan anchos. Solo de vez en cuando surge un alemán sin oído musical o ágrafo que monta la de Dios. Pero, bueno, eso solo pasa una vez por siglo. El resto del tiempo el alemán medio se parece a la señora Merkel.

Sí, es verdad. Luego tenemos los rusos y los de Marruecos. Pero bueno, esos ya no son de nuestra cultura. Tienen derecho a cabrearse. Aunque solo sea para olvidar a sus zares y sultanes.

¿Las razones para el eterno cabreo español? Se han dicho muchas cosas al respecto. Que no sabemos perder. Que somos envidiosos. Que somos peleones. Que no estamos cristianizados debidamente. Que tenemos un circuito mental defectuoso. No sé. Muchas teorías al respecto. Fíjense que en esto del cabreo las diferencias entre españoles de las distintas regiones, nacionalidades o naciones apenas existen. Tomemos al català emprenyat, por ejemplo. ¿En qué se diferencia del andaluz cabreado? Prácticamente en nada. Se acordarán ambos de la mare de deu en sus diferentes advocaciones. Es curioso que existiendo en catalán la palabra cabró no exista el adjetivo correspondiente o que me corrijan mis amigos catalanes. Esta característica filológica me ha hecho dudar sobre si el cabreado catalán no existe o es distinto del español. Pero no, recientemente hemos visto al señor Pujol debidamente cabreado al estilo tradicional de las tierras por debajo del Ebro. El andaluz, el valenciano puede que le cueste más aparentar el papel de cabreado. Pero es puro disimulo. Al final puede que expresen el cabreo mejor que la mayoría. Incluso se va haciendo común la existencia de muchos andaluces que firman sus escritos como “andaluz cabreado”. Hasta un perfil de twitter que se autodenomina así. El gallego, bueno, el gallego debo reconocer que es el ejemplar menos cabreado que conozco. Pero en apariencia. El gallego aguanta lo que le echen. Pero cuando llega al estadio de máximo estrés se cabrea como el que más. Más o menos como el extremeño. Son pueblos sufridos, eso sí. Pero todo tiene un límite. El asturiano vive en un estado permanente de cabreo. No hay nadie en España más cabreado que un asturiano. 

Dejemos ya estas disquisiciones regionalistas y estereotipadas. Pero reconozcamos que el cabreo es nuestra principal seña de identidad. Por el cabreo hacia Dios.

Espero que todo esto lo hayas leído con una sonrisa en los labios. Pero si te has cabreado no pasa nada. Es lo propio.

Un madrileño cabreado

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