Una vez que el rey Felipe VI ha encargado formar gobierno al
SG de los socialistas Pedro Sánchez, se abre una nueva fase política en la que
las cartas de juego deben ponerse sobre la mesa. Parece que la baraja está
repartida pues al fin y al cabo tenemos 350 naipes y cada partido ha recibido
los que le corresponden. Parece existir un equilibrio inestable, un empate casi
aritmético, entre las fuerzas de centro derecha y las de centro izquierda y que
las normas de juego dictadas por los jugadores principales tratan de impedir que
los terceros en discordia, las minorías nacionalistas, puedan desbloquear ese
empate. Alguna otra vez lo han hecho en legislaturas del régimen constitucional
del 78 pero ahora parece que no toca. Tiene lógica de alguna manera. Los
nacionalistas catalanes devenidos en independentistas se ven devotamente
obligados a mantener la ficción de situarse al margen del sistema. Si ellos n
quieren comer y los demás no estiman ofrecerles un plato pues parece que la
situación es normal. Lo normal sería la transacción entre unos y otros pero eso
parece un argumento de sentido común no una obligación política para nadie.
Por otra parte tenemos el veto natural y mutuo entre PP y
PSOE. Esto ya es ciencia matemática por mucho que se empeñen algunos en pensar
que al final llegarán a un acuerdo de no obstaculización tal como piensan personajes
como Felipe González. Han cruzado el Rubicón y ya no hay vuelta atrás. Pedro se
ha zafado de la presión de sus barones y a Mariano no hay nadie dentro del PP
capaz de quitárselo de en medio.
Aceptado esto digamos que la fórmula de gobierno solo puede
salir por la suma o coalición activa, pasiva o mediopensionista entre PSOE,
Podemos y Ciudadanos. Estas fuerzas disponen de doscientos escaños, que no está
mal.
Ciudadanos, una vez que el PP ha decidido renunciar a formar
gobierno, no tiene más remedio que intentar que el PSOE sí que lo pueda intentar.
Todo el mundo piensa, simplemente por vaguería intelectual más que por otra
cosa, que los chicos y chicas de Rivera no están interesados en la repetición
electoral. Demos por bueno el argumento y supongamos que su interés sea ayudar,
entonces, al PSOE en la tarea. Querrán impedir que Podemos condicione la
formación del nuevo gobierno. Siempre han dicho que no votarían al PSOE en el
caso de una coalición que diese entrada en el mismo a los de Podemos y las
mareas. Y de alguna forma, por contraposición, tampoco intentarán coaligarse
con el PSOE para evitar un veto a la investidura de naturaleza simétrica por
parte de Podemos.
Podemos está en las mismas que Ciudadanos. No puede imponer o
no va a poder imponer, esto como comprenderán son pronósticos solamente pues
puede pasar cualquier otra cosa, un gobierno neto de izquierdas. Los argumentos
que utilice el PS- eso que esta ya diciendo de gobierno progresista y
reformista- forzarán la presencia, activa o pasiva de Ciudadanos en la fórmula
y la imposibilidad de hacerlo con un gobierno de ese perfil. Otra cosa es que
Podemos entre en el juego. En el caso de Podemos todos tendemos a pensar que sí
que están interesados en la segunda vuelta electoral. Eso es otra prueba de
nuestra pereza mental. Nadie sabe lo que puede pasar y en estos casos funciona
aquello de virgencita que me quede como estoy.
¿Cómo atamos a la mosca por el rabo? Esa es la pregunta del
millón. Pues la respuesta está en el aire. Primero, diseñando un programa de
gobierno lo suficientemente abierto como para merecer el apoyo tanto de
Ciudadanos como Podemos ¿Imposible dice usted? Más imposible que en su momento
fue diseñar la Constitución del 78 y firmar los Pactos de la Moncloa no lo
creo. La dificultad ahora es la desconfianza mutua entre las tres fuerzas y su
miedo a superar sus propias zonas de confort. No puede ser un proyecto de más
alcance que el de colocar al país en un nuevo marco institucional- reformas
constitucionales, electorales, jurisdiccionales, territoriales- que pueda
permitir en un próximo futuro acomodar cualquiera de las aspiraciones particulares
de las partes. Por lo tanto, un proyecto reformista. No puede ser tampoco un plan
que no permita ganarse el favor de las clases medias y de los sectores más
perjudicados por la crisis. Ello le obliga a tener matices y designios de raíz social
igualitaria en materias salariales, laborales, educación, sanidad, etc.
Diréis, que fácil lo ves chaval, gracias por lo de chaval. No
es fácil no. Lo comprendo. Pero por ello uno se ve obligado a estrujarse las
meninges. Y se me ha ocurrido una forma de eliminar suspicacias entre las
partes. Ya que un gobierno de coalición entre las tres partes o dos de ellas solamente
que para el caso es igual ¿Por qué no intentar una versión de gobierno
extrapartidario? Un gobierno encabezado por Sánchez pero formado por
personalidades no directamente vinculadas a los partidos. De hecho ya se lleva
comentando desde el principio del baile la posibilidad de nombramiento de un
presidente foráneo al sistema de los partidos, al estilo de Monti en Italia en
su momento, para desatascar el impasse. Mi idea es una variante de esa
propuesta solo que pensada para que los independientes sean los ministros y no
el presidente del gobierno. Eso sería una forma de coexistencia de la fórmula
del gobierno de independientes “fuera de toda sospecha” con la preeminencia del
sistema de partidos.
En resumen, un gobierno con un proyecto reformista y
progresista y con una composición suprapartidaria que ofrezca garantía a las
partes promotoras sin desdoro de su propia personalidad. En ese equipo ministerial
entrarían personas que contasen con el beneplácito lo más amplio posible de los
partidos y de la sociedad civil.
Ahora no me pidan ustedes nombres. Eso ya lo dejo para
ustedes. Piensen. Si en nuestra sociedad civil no somos capaces de encontrar
personas con ese perfil, en esa sintonía reformista y progresista, pues
entonces será que no nos merecemos ese gobierno tan bonito.
Si alguno conoce a Pedro Sánchez que le mande este papel. A
lo mejor a él no se le ocurren estas chorradas de arbitrista español de toda la
vida.
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