Hoy las multitudes ocupan las calles del centro de Madrid.
Una algarabía de niños de todas las edades presidiendo largos cortejos de
familias procedentes de todos los lugares del mundo recorren como sonámbulos
Preciados, Sol, Gran Vía, Carrera de San Jerónimo, Alcalá, Prado y
todas y cada una de las calles afluentes. Van disfrazados con gorritos y pelucas de un gusto rayano en la estupidez
Llenan los comercios abiertos. Se pasman en Cortylandia. Hacen
largas colas delante de los cines y de los teatros. Barren con todo el surtido
alimentario de bares y restaurantes cuyos camareros se multiplican para atender
la ola de demandantes de asilo que caen en sus establecimientos.
Mientras los tradicionales vecinos del barrio se ocultan en
sus casas, alarmados por la ocupación de sus espacios vitales. Los pobres y
mendigos parecen haber desaparecido engullidos en la ola popular. O acaso se
han fugado a parajes mas deshabitados. Algunos manteros africanos juegan el juego del ratón y el gato con la policía. El Samur se adapta al barullo utilizando motos para prestar sus servicios de primeros auxilios. La primera vez que los veo motorizados de esa forma.
Evo Morales preside el gran cartel del cine Capitol.
Estrenan una película titulada Insurgentes que debe estar dedicada al prócer andino.
Los judíos celebran la Janucá en la Plaza de la Villa y se
repartirán entre ellos los delicados bollos de la fiesta que conmemora la
rebelión de los macabeos.
Todo Madrid es una tienda abierta y los comercios ocupan una
detrás de otra las plazas y hasta los solares del centro de la ciudad. Todos
con el mismo género pobretón de bufandas, gorras, relojes de a peseta y
garrapiñados.
Las luces de Navidad, este año más escasas, vigilan el
desparrame popular.
Y por los barrios, soledad, oscuridad y silencio.
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