Recordaba el otro día a Artis
Mutis, una vieja institución que durante muchos años distribuía, y sigue
distribuyendo, la obra de artistas que pintaban con el pie o con la boca por
mutilación de la extremedidad natural para el arte que no es otra que la mano.
Pasaban los agentes de Artis Mutis por las casas con un
pequeño paquete lleno de postales dos o tres meses antes de navidad. Aquellas
postales servían como felicitaciones de navidad o “crismas” en lenguaje de la época.
En enero volvían por las casas para cobrar o para recuperar el paquete.
El cobrador de Artis Mutis era uno de los muchos
practicantes de ese viejo oficio del cobro de los viejos tiempos. Eran
multitud. Por las casas pasaban al cobro el agua, la luz y otros muchos
servicios como los seguros, sobre todo el de entierro. Y en los tranvías y los
autobuses los cobradores y sus carteras en bandolera formaban parte del paisaje
habitual de las ciudades.
También eran frecuentes las visitas del casero para cobrar
la renta a los inquilinos. Muchísimos oficiantes de tantas profesiones
desaparecidas pasaban por las casas a realizar sus trabajos y a practicar el
cobro correspondiente por los mismos. El sillero, el paragüero, el colchonero-al que ya tuve ocasión de evocar en el blog-, el barnizador de muebles. A las
casas devotas iban y venían con frecuencia los santeros, que eran unos señores
y señoras que te traían a casa a una virgen o a un santo en una caja hornacina.
Y el párroco a traer la comunión o dar la extremaunción a los abuelos que
entonces se morían mas veces, ahora no se mueren nunca.
Tiempo después se fue haciendo común la presencia de
profesionales, a medias vendedores, a medias cobradores, como los de los de los
clubes de lectura. Te entregaban el libro del mes y te cobraban la cuota
correspondiente. Los de la iguala del médico. Los practicantes a ponerte la
inyección.
El caso es que las casas estaban animadísimas siempre, ya te
digo un constante entrar y salir, un desfile. El timbre de la puerta sonaba con
mayor frecuencia. Ahora ya no lo toca ni el cartero. Hablando de carteros, en
aquellas épocas las casas no estaban dotadas de buzones particulares con lo que
era el portero o portera, que no faltaba en ninguna casa por humilde que fuera,
quienes se hacían cargo del cometido de la distribución de la correspondencia
menos en el caso de los telegramas o los giros postales. Dudo que nuestros
jóvenes sepan de que va eso de un telegrama o un giro postal.
Había otro elemento de aquella fauna visitadora con un arraigo
social impresionante. Todavía sigue exisitiendo en algunos lugares. En
Andalucía le llamaban “el ditero”. En Madrid era el placista, el prestamista y en según que casos el telero.
Les contaré de que iba el negocio de tan extravagantes personajes. Una familia
necesitaba una manta o unas sábanas o un mueble, cualquier cosa en realidad. El
ditero te mandaba con una tarjeta o te traía a casa el objeto y a partir de ese
momento pasaba todas las semanas o todos los meses a cobrar un plazo. Ganaba
por dos partes pues se quedaba el descuento de los comernciantes y el interés
que cobraban a las familias. Es fama que algunos hicieron fortunas con este
sencillo esquema financiero. El que fue presidente del Betís si uno se cree lo
que dicen las malas lenguas era uno de ellos. Decía que en según que casos este oficio lo desempeñaba en Madrid un personaje llamado telero. Eran estos unas personas que se acercaban por los barrios con el género en mano y te lo vendían al contado o a plazos. A veces lo cambiaban por cosas que tu pudieses tener como muebles antiguos por ejemplo.
El caso es que el mundo ha cambiado mucho. A aquellos
prestamistas no había FMI ni autoridad bancaria europea que les controlase. Y
por supuesto de rescate nada. Si alguna vez las familias dejaban de pagar pues
mala suerte. Ellos ya sabían a quien prestar y a quien no. Además existía una
especie de código de honor. Hay que tener en cuenta que casi todo el mundo
acudía al crédito del tendero, del panadero o del lechero. No era cosa buena
dejar a deber pues enseguida todo el mundo lo sabía. Lo mejor en esos casos era
abandonar el barrio. Hoy las gentes estamos entrampados hasta las orejas pero
los bancos no nos mandan a los cobradores. Nos mandan a los jueces. Menos mal
que parece que los jueces de hoy se están cansando de ser los malos de la película
y están tratando de conseguir que las leyes de deshaucio se cambien.
¿Y del aguinaldo, saben ustedes que era aquello del aguinaldo?
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