Es admirable la resiliencia del sistema político español nacido de la transición. Presenta signos de deterioro y de obsolescencia desde hace largos años. Deterioro por ejemplo en la judicatura en la que tenemos instalada una clase judicial capaz de mantener sus privilegios y sus posturas políticas al margen de la propia Constitución española tal como indica la incapacidad o, mejor dicho, la oposición activa a renovar el consejo del poder judicial. Tenemos unas fuerzas de seguridad policiales que se permiten el lujo de mandar espías a casa y meterlos hasta en tu cama sencillamente porque piensan que eres independentista, algo absolutamente prohibido por la Constitución. Tenemos unas clases propietarias que consideran que mantener modelos empresariales de salarios bajos es el mejor modelo económico posible para nuestro país. Eso por no hablar del deterioro de la sanidad pública o del desastre de la educación, no es razonable que casi el 50% de las escuelas del país sean de régimen privado y concertado. O de la incapacidad de modificar las políticas territoriales. Con esto no vengo a adjudicar culpas a este o aquel, solo describo.
Es tan resiliente la democracia española que incluso ahora se plantea la posibilidad de que un partido con poco más del 30% de los votos con su aliado menor en compañía, puedan obtener el poder en España de forma gratuita obligando a que los demás partidos se plieguen a sus políticas sin ni siquiera plantear la posibilidad de un pacto de mayorías negociando acuerdos políticos transversales. No, quieren la sumisión para a continuación cargarse leyes y avances logrados en gobiernos anteriores. Y esa locura está siendo amparada por grandes medios de comunicación y asumida por enormes masas de ciudadanos.
Es un lugar común entre una gran parte del pueblo español la propuesta o el deseo de que los catalanes y los vascos partidarios de la independencia no deben participar de la gobernabilidad en España porque sus agendas y sus proyectos están contra la unidad del estado español. Circulan ideas de cambio constitucional que así lo estipulan y eso causa menos alarma que la celebración posible de referéndums sobre la autodeterminación nacional catalana o vasca.
Viendo el panorama postelectoral podríamos hablar de tres proyectos políticos diferentes para el país. El proyecto político de las derechas desorejadas implica prácticamente gobernar sin un 10 o un 15% de la población española. Otro proyecto de resistencia a lo anterior por parte de esas minorías nacionales junto con un sector de la izquierda española que se plantean la posibilidad de un recambio constitucional que dé lugar al derecho a la autodeterminación en el marco de un estado republicano. Y un tercer proyecto que es el que representa el partido Socialista y la formación de Sumar que lo que pretende es mantenerse dentro del ámbito de la democracia española actual ante la imposibilidad de su reforma constitucional para no tener que pagar un precio a la derecha y poder desarrollar políticas de alivio social y económico a las clases más desfavorecidas como mejor proyecto político. Debo decir que ese tercer proyecto,a pesar de su precariedad, tiene la pinta de ser el único practicable y por ende el proyecto ganador a corto y medio plazo. De hecho es el proyecto en el que llevamos instalados desde la moción de censura que ganó Pedro Sánchez al gobierno Rajoy.
Dicen muchas voces que por eso en España hacen falta formaciones de centro que fuercen el equilibrio entre las distintas opciones o que necesitaríamos un nuevo proyecto de gobernación transversal pactado entre las formaciones mayoritarias del llamado bloque bipartidista. Puede que sea esta idea la más loca de todas a la vista del clima polarizado en el que vivimos. Sólo una crisis de proporciones parecidas a la que dio lugar la desaparición del caudillo Franco pudiera favorecerla.
La inercia de la política va a permitir que continúe y se prorrogue el máximo tiempo posible lo que podemos llamar la ventaja diferencial constitucional del 78: un sistema estable pero que no permite cambios constitucionales o estructurales que den salida a nuevas situaciones. La apuesta es entonces entender la política como el arte de resolver problemas de uno en uno. Lo que pasa es que en medio de una crisis climática, de una crisis económica, de una crisis global en definitiva, veo muy difícil que ese sistema sirva para otra cosa que para perder el tiempo en un términos estratégicos.Pero es en lo que estamos y parece mejor sumarse de forma voluntaria al proyecto más natural y positivo de cambios que es uno de naturaleza laboralista o sindicalista que consiste en defender a los más débiles, a los más necesitados mientras que la crisis se resuelve y la dinámica política da lugar a una nueva situación que resuelva los problemas territoriales, los problemas de encaje político y los problemas de las minorías con perspectiva de derechos humanos. Que podamos sobrevivir en definitiva, dicho de otra forma: convivir. Así que por lo tanto creo que me apunto a la posibilidad de un gobierno de coalición gestionado por los socialistas. Es cuestión de sentido común.