Manuel Azaña en una foto que durante muchos años permanecíó guardada en los archivos de Salamanca. Los fotógrafos que aparece son Centelles y Capa. |
Al final lo están consiguiendo. Los doctrinarios, los profetas,
los pirómanos profesionales y gentes acostumbradas a pescar en aguas revueltas
han conseguido convertir un problema político de contornos muy precisos en un
follón de mil diablos, un conflicto de gobernabilidad y un foco de desórdenes
públicos de imposible vuelta atrás. Estoy hablando de Cataluña y de España como
pueden suponer.
Muchos están contentos. El PP porque levanta de nuevo sus
banderas electorales al grito de la patria amenazada. El President Mas porque
logra con una cuerda y un palito llegar a la categoría de mito como algunos de
sus antecesores antes de que la marabunta se lo lleve por delante. A los
políticos en general se les ve gozosos. Justifican su salario. Tienen trabajo y
estarán a la altura del reto. Grandes palabras a la altura de pueblos devotos
con el pecho inflamado de trascendencia. Que cosas, que tiempos tan heroicos
los que vivimos. Mientras tanto se van tapando esas cosas tan desagradables de
la corrupción o de la crisis. Ya tienen el circo montado y a la feligresía
ávida de espectáculo.
Regocijados los medios de comunicación con sus titulares a
toda página y suspirando por ediciones especiales en las que se anuncien los
grandes acontecimientos por venir. Si acaso fuesen los jinetes del apocalipsis,
mejor que mejor.
Satisfechos los aprendices de brujo. Ya tienen un historial
que presentar a los suyos. Abogados, jueces y fiscales. Profetas de la historia
y escribidores de ensueños. Jugadores de fortuna que apuestan a la baja en las bolsas de futuros.
Aventureros de tres al cuarto que se refocilan en los males de las patrias
ajenas.
Mientras tanto el público asiste estupefacto al partido.
Como en un partido de tenis en el que los ojos siguen el rastro de una pelota
invisible guiados solo por los gestos de ballet de los jugadores sobre la pista.
Si se extravía la pelota nadie se dará cuenta. Ellos seguirán con la raqueta
repartiendo mandobles a la nada. Y el marcador electrónico seguirá marcando los
puntos y los sets de un match sin final posible. El árbitro seguirá como el
público atento al movimiento de una pelota fantasma componiendo un gesto serio,
de enterado. Alguien gritará desde el graderío algo así como “que nos están
engañando como a chinos”. El resto del público le mandará callar, víctimas del
embeleso.
Me vais a perdonar el vulgar lirismo de estas palabras.
Terminaré con un párrafo del discurso que Manuel Azaña pronunció el 27 de mayo
de 1932 en la Cortes de la II República en el debate sobre el Estatuto de
Cataluña:
“Todos los problemas políticos, señores diputados, tienen un
punto de madurez, antes del cual están ácidos, después, pasado ese punto, se
corrompen, se pudren. La reflexión, la discusión, el lapso de cierto tiempo,
maduran en cada cual el sentimiento de su propia responsabilidad y traen las
cuestiones al grado de sazón en que se encuentra esta que está ante nuestra
deliberación”
El que sepa rezar, que rece.