Foto de la colección en Flickr de Vector Hugo. Licencia CC |
Las mochilas de los sintecho de Olavide
están llenas de tacones que pierden las chonis en la
madrugada.
En la madrugada los gatos se azotean en los tejados rojos
y chillan tangos a la luna llena.
Las noches de la plaza se llenan de gritos poseidos
por la furia del viento alcoholizado.
Y por las esquinas el aroma a meados
impregna la piel de los últimos peregrinos.
La mañana llega plena de espantos, aterida de frio,
desprovista de mantas con las que tapar la mugre.
Entonces, uno, solo por las calles,
inventa músicas y traza caminos en la acera.
Vuelves a casa asustado de haber visto la muerte
anclada en la mirada carnal de la bestia humana.
Y en ese mismo momento los aviones del desfile
te recuerdan que la vida sigue, con sus ruidos de costumbre.
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