1 de febrero de 2024

¿Qué vamos a comer mañana?


 


Las huelgas y movimientos del campesinado europeo me tienen consumido el poco intelecto que me queda. Mira si al final de los tiempos la liberación de la humanidad vendrá protagonizada o agonizada por la clase que al entender de tantas generaciones de sociólogos y filósofos ha sido definida como la más retardataria, conservadora e incluso reaccionaria de los tiempos capitalistas.


A bordo de sus máquinas agrícolas, de sus tanques tractores, cruzan carreteras y autopistas como si fuesen sembradoras de asfalto. Los lemas de sus pancartas son lo suficientemente llamativos como para preocupar a los políticos al mando. No piden sino que les dejen vivir de su trabajo. Que menos. Desde el fondo de los tiempos ese sería el llamado de los oprimidos de la tierra. El problema es que parece que la forma de conseguir ese sagrado objetivo consiste en dejar de cumplir los protocolos sanitarios y ecológicos que rigen su sector, en cerrar los mercados a productos exclusivamente locales y tener acceso a cupos de agua crecientes a pesar de la escasez y las sequías. 


No se que piensan ustedes pero creo que los ciudadanos afectados algo tendremos que decir. Esperemos que no sea pedir la prohibición de manifestaciones y el retorno al régimen de trabajo feudal. Vivimos en regímenes de democracia deliberativa y de participación abierta y ni siquiera nos tendría que preocupar el desarrollo de acciones callejeras como la ocupación de las vías públicas y el corte de carreteras. No creo que el señor Feijóo vaya a definirles como terroristas. 


Anular o retrasar la aplicación de normativas sanitarias en materia de fertilizantes, permitir la explotación irracional de acuíferos o el sobreempleo de recursos hídricos y, para mí particularmente, por mucho que se camufle bajo el paquete de la soberanía alimentaria o el consumo cercano, proceder al cierre de fronteras comerciales me parecerían medidas populistas y hasta criminales. Por ahí no debemos pasar ni por asomo. 


No soy experto en la materia pero creo que tiene que haber otros tratamientos del asunto de orden diferente. Probablemente en los sistemas de distribución, en reforma de redes comerciales y en materia de financiación de ayudas. Y puede que más importante todavía sea concebir el sector agrario como un agente social a favor de la fijación de poblaciones en zonas rurales y de defensa de los entornos naturales, del equilibrio ecológico y de los recursos físicos de la naturaleza. Esa es una misión que merece todo tipo de ayuda y de respeto ciudadano. Creo que los sistemas actuales de financiación de la actividad agraria contribuyen poco a esos objetivos. Incluso pienso que en muchas ocasiones conspiran contra ellos. 


El populismo agrario que busca la rebaja de los costes laborales como alternativa no debe ser consentido en ningún caso. Atraer personal a la actividad en entornos rurales, mucho más en un futuro en el que la tecnología revolucionará muchas de las formas de trabajo, debe ser una misión que tenga ventajas fiscales y de mejora de las condiciones de vida rural. Las escenas de inmigrantes semi esclavizados deben ser erradicadas. 


Como toda reforma tiene su coste y es aceptable que una parte, la que sea razonable por muy elevada que resulte, deba ser asumida socialmente, el camino no puede ser otro que el debate social abierto. Me temo que las autoridades políticas, mucho más en el tiempo electoral en el que entramos, prefieran resolver el pleito a toda prisa mediante mecanismos de nuevos subsidios que lo único que consigan sea reproducir el sistema actual de compensaciones al sector.


Por supuesto que la pregunta inicial ¿y mañana que comemos? tiene mucho que ver. Al final todo empieza y termina con los usos y costumbres alimenticios de nuestra población. Comemos muy mal, con dietas grasientas y azucaradas que nos van a llevar a sufrir epidemias y enfermedades difíciles de enfrentar y que a su vez permitirán grandes beneficios a las industrias farmacéuticas con costes sociales y económicos imposibles de asumir.


Como ven tenemos un buen panorama y me temo que nos va a faltar sentido común e inteligencia para enfrentarlo. 


Que por lo menos Dios nos pille bien alimentados.



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