Me manda Isa este cuento para publicar. Me encanta hacer las veces de editor.
ESCENA PRIMERA
Despacho de la Escuela de Arquitectos de Madrid.
Juan está de pie junto a una pizarra. Detrás tiene una pequeña mesa con un ordenador portátil. Son las 11 de la mañana. El día viene apurado. Tiene que coger el autobús de la Continental para Bilbao a las tres. Menos mal que tiene la reserva hecha por la web. Esta mañana se ha comprometido con el profesor titular de urbanismo a mandarle antes de salir del despacho una propuesta de ejercicios sobre redes de transporte. Divertido, le ha dicho. Que entenderá este tío por divertido. Lleva tiempo dándole la barrila sobre todas esas tonterías de la ley de los seis grados. Debe pasarse muchas horas en Facebook el hijoputa este. El caso es que no ha visto por parte alguna un modelo matemático que demuestre la famosa ley. Solo aproximaciones y teorías. Nadie ha demostrado matemáticamente el postulado. Todo lo que hay son ingeniosos experimentos que apuntan a demostrar lo que la cultura popular lleva siglos manteniendo: que la vida es un pañuelo. Pero él tiene que proponer algún ejercicio que demuestre la capacidad analítica y los conocimientos en matemática probabilística de los alumnos. Se pone al ordenador para buscar el plano del metro de Madrid. No quiere dar vueltas por la red del Metro a última hora. Solo de pensar en perder el autobús se le ponen los pelos de punta. Como no va a estar en la despedida de soltero de su mejor amigo. Busca en google “metro de madrid”. Pincha en uno de los primeros enlaces. Desde la pantalla le asalta un corto texto: “Más de 7.000 personas trabajan para que alrededor de 2,5 millones de personas al día puedan realizar sus desplazamientos de la forma más cómoda, rápida y segura por una red que, en la actualidad, cuenta con 283 Kilómetros y 293 estaciones.”. Eureka. Ya está. Lo tengo. Piensa rápidamente en un ejercicio de muy simple enunciado: que probabilidad existe de que tres personas determinadas previamente coincidan en una estación cualquiera de la red de metro de Madrid en un momento determinado. Se va a la pizarra y empieza a cruzar fórmulas. Borra. Empieza de nuevo. Parece que ya tiene claro el ejercicio. Rápidamente viene para el ordenador y escribe. Media hora después tiene el formato preparado. Abandona el despacho y se va a la cafetería de la escuela a tomar un café. Cuando vuelva seguro que tendrá claro si la cosa va a funcionar. Quiere darse un tiempo para enfriar la idea. Estar seguro.
Ha tenido suerte. No se ha encontrado a nadie por el pasillo ni en la barra de la cafetería. Ya lo tiene claro. Vuelve al despacho. Hace unas correcciones menores. Imprime el ejercicio y lo guarda en su mesa. Manda por email el fichero al profesor con un texto de acompañamiento. Le queda más de una hora para la salida del bus. Agarra la bolsa de viaje. Sale de la Escuela. Hay un sol que se agradece. Decide ir en el 12. No quiere meterse bajo tierra. Tomará un bocadillo en Hontanares antes de entrar en el intercambiador de avenida de América.
ESCENA SEGUNDA
12 de la mañana. Piso familiar en Zarzaquemada, Leganés.
Andrés desayuna con su madre. Le cuenta que tiene una reunión a las dos y media con sus compañeros despedidos de la fábrica en la sede de UGT en la Avenida de América. Están preparando los últimos detalles para el juicio de mañana en Magistratura. Dónde vas a comer le pregunta su madre. Bajo a por el periódico le contesta, luego subo y me haces algo. Creo que tendré que salir de aquí a la una. Sobre la marcha calcula el recorrido. Metro Sur. Línea 10 hasta Gregorio Marañón y desde ahí por la 7 hasta Avenida de América. La cabeza le da vueltas. Lo único que sabe es que va a pasarse unos cuantos meses en el paro. Se pregunta cuánto podrá caerle de indemnización. Ahora o nunca se dice. Sus planes son irse a Inglaterra unos cuantos meses. Aprender inglés es su asignatura pendiente. No quiere perder el tiempo. Piensa que si encuentra trabajo no le importaría quedarse a vivir todo el tiempo que sea preciso. Muchas veces se ha dicho: sabiendo inglés siempre vas a encontrar trabajo. En lo mío, ¿Qué será lo mío? O en cualquier cosa. En un hotel, de encargado de noche. En la costa. En cualquier sitio. Le sigue dando vueltas a lo del dinero. Si cobro tanto cuantos meses puedo estar sin trabajar. Cuanto puedo destinar a pagar habitación. Tanto a las clases. Su madre le ha puesto en la mesa un plato de pisto con un huevo. No le ha dicho nada. Ya tendrá tiempo. Sabe que la dará un disgusto.
Sale de casa y se encamina a la Casa del Reloj a tomar el metro Sur. Va bien de hora. Seguro que por el camino se encuentra a alguno de sus amigos. Le dará tiempo de tomarse una cerveza rápida. Es un buen día después de un invierno tan puñetero.
ESCENA TERCERA
Villalba. Un piso patera.
Son más de la una. Lucía es ecuatoriana. Lleva pocos meses en Madrid y este es su primer trabajo serio. Tiene que hacer el turno de tarde cuidando a una señora mayor en la calle María de Molina. Son seis horas diarias, seis días a la semana. 700 euros la pagan. Lleva toda la semana haciendo cálculos. Sobre cuánto dinero puede mandar a sus hijas a Guayaquil. Hasta ahora está viviendo en la casa de sus cuñados. Ella duerme en el pequeño salón. No paga nada por el momento. Hace faenas en la casa para unos y otros sin cobrar. Baja a Madrid siempre que puede para familiarizarse con la ciudad. Su idea es vivir en Madrid en un piso compartido con sus primas. No quiere trabajar de interna. Tiene la ilusión de estudiar por la tarde cursos de ordenador o de cuidados a personas mayores. Sabe que va a volver tan pronto como sus dos niñas terminen la escuela. No quiere atarse a Madrid. No espera nada de los hombres. Todos le dicen que tenga cuidado. Descuida, les contesta. Ya tiene mucho aprendido del sinvergüenza del padre de las niñas.
Le han dicho que en el intercambiador de Moncloa entre en el metro. Que pregunte como ir a la estación de Arguelles y desde allí la línea 4. Quiere llegar con tiempo para familiarizarse con las calles. Se imagina que tendrá que acompañar a la señora de paseo algunas tardes.
ESCENA CUARTA
Entrada del metro de Avenida de América. Son las dos y media pasadas. Andrés sube por las escaleras mecánicas hacia la calle a toda prisa; se ha entretenido más de lo previsto con la dichosa cerveza con los amigos.
Juan las está bajando por el otro lado. Llega bien y tranquilo.
Parece como si se cruzasen la mirada.
Lucía viene caminando desde la esquina de Cartagena. Al llegar a la estación de Diego de León ha parado el tren. Hay una avería o unas obras le han dicho. Ha tenido que salir a la calle. Menos mal que llegaba con tiempo. Ha aprovechado para pasear por Francisco Silvela y por la acera de los pares de la Avenida de América y ahora está bajando por los impares. Al pasar por delante del edificio de la UGT tropieza con Andrés que está a punto de entrar en el sindicato. Perdón se han dicho los dos a un tiempo.
CASA FUNDADA EN EL 2005. Me dicen que si no tienes un blog no existes. No es que tenga muchas ganas de existir en este mundo sutil de los blogs pero tampoco quiero quedar como un ser extravagante.
17 de marzo de 2010
La ley de los seis grados o el Metro de Madrid
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1 comentario:
Muy buena la historia, aunque, me parece, poco tiene que ver con la ley de los seis grados, pués no se trata del desarollo de una red de contactos, sino más bien del supuesto hipotético de meras coincidencias.
Me ha gustado como está narrada: las tres ces.
Un saludo
Enrique.
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