
Me daban un juguete y luego me lo quitaban. Y todo para llevarme al peluquero de Francisco Silvela. Se conoce que me aterrorizaba ver a un señor con las tijeras en la mano plantadas sobre mi cabeza. Posiblemente también me asustaba verme subido en una plataforma colocada sobre el típico sillón de barbero.
Desde entonces se que el mal existe y que sus máximos representantes se encuentran entre el gremio de los peluqueros. Por eso nunca voy a la misma peluquería. Para despistar a la Bestia. Que no tome confianza con mi cabeza y me la corrompa cual Fausto. Igual que Heráclito no podía bañarse dos veces en el mismo río yo no puedo ir dos veces a la misma peluquería.
Siempre estaré agradecido a los Beatles y a toda la generacion rockera que desde mi muy tierna juventud me enseñó como pasar por delante de las peluquerías sin caer en el fatal error de entrar en ellas. Alguien me contó que las famosas barras azules, blancas y rojas símbolo de tales establecimientos, eran el antiguo sello de los sanguijueleros.
El juguete de ida y vuelta solía ser el de algún niño de la vecindad que ingenuamente se prestaba a tal tráfico infame. Pero mi madre a veces utilizaba estrategias mas sinuosas. Recuerdo que en una ocasión me entregaron un duro de plata. Y a menudo me ofrecían llevarme al cine Victoria o al Oráa. Yo no se como fue posible que todas las veces consiguieran engañarme. Debo ser de natural confiado o a lo peor medio tonto. Se aceptan apuestas.
Hace tiempo buscando documentos viejos para ilustrar una historia sobre Chamberí encontré un viejo recorte de periódico en el que se comentaba sobre una francachela de los dirigentes del Sindicato de Peluqueros de Madrid. Parece que los fígaros de la villa y corte se pasaron tres pueblos y organizaron tal desaguisado en una casa de conveniencia- así llamaban entonces pudorosamente a las casas de putas- que todavía les están reclamando los gastos.
Investigué mas sobre el tema y encontré, ya no se donde, un comentario sobre la tradicional poca religiosidad del colectivo de los peluqueros. No se si a ustedes les ha llamado la atención que los sumos sacerdotes de los cultos egipcios eran los únicos que no se cortaban el pelo. Por algo sería. ¿Se acuerdan ustedes de Sansón?. Pues eso. Los pueblos libres siempre han ideado estrategías para evitar cortarse el pelo. Las trenzas y las colas de caballo son un gran invento. Los rastafaris, mi gran amigo Marley, demuestran al mundo que se puede ser libre solamente evitando ir a la peluquería.
Cada vez que me recorto el bigote y veo que mis manos tiemblan pienso que va a ser de mí el día que no tenga mas remedio que ir a la pelu para adecentarme. Dudo entre imitar al viejo Valle, el de las barbas de chivo, o afeitarme el bigote cual mozo de estoques. Cada vez que oigo la palabra Parkinson me meso la barba…
Les confesaré un pequeño secreto. Últimamente suelo ir a peluquerías de señoras. Creo que el diablo tiene mas difícil trabajar allí.
¿Y a ustedes quien les corta el pelo?